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Entre muros que llaman Democracia la mujer filipina siente el zarpazo de un progreso falso, y se busca tu fuerza de aquella hora, tu alma llena de gracia, para huir de un cadalso lento y espiritual, mas no por eso menos tirano que el que mata al preso.

Maltrana el altivo, el hombre superior, cuya palabra era un hachazo; el fervoroso creyente de la alegría de la vida y su refinado helenismo, sintió que sus piernas flaqueaban, y se apoyó en un árbol. No podía más: era un vencido. Confesaba su cobardía, cayendo anonadado bajo el zarpazo de la Suerte. ¡Pobrecillo!

O mejor dicho, ¿cómo han de vivir sin el amparo de él, tal como está, los hombres que hoy se usan y nos gobiernan? ¿Cómo han de ser amos y señores de vidas y caudales si no tienen en sus manos todos los hilos por los cuales se conduce hasta los más escondidos rincones de la nación la voluntad, la amenaza y el zarpazo de la verdadera tiranía, mil veces peor que la muerte?... Y punto y aparte, porque si continúo por donde voy, pierdo los estribos.

Ni una palabra más insistió el doctor . Le advierto que anoche casi demolió usted en la obscuridad una de nuestras máquinas voladoras al dar un zarpazo en el aire. Faltó poco para que cayese al suelo desde una altura enorme, matándose sus tripulantes. Después de esto, reconocerá que nuestro gobierno obra prudentemente al no tratarle con una confianza ciega.

Se marcó á lo lejos, en el redondel de sus gemelos, el extremo de un palo negro y derecho que cortaba las aguas, sonrosadas por el alba, dejando un rastro de espuma. ¡Submarino! gritó el capitán. Tòni no dijo nada, pero apartando de un zarpazo al timonel, agarró la rueda, dando al buque otra dirección. El movimiento fué oportuno.

Pero aún no había transcurrido un segundo cuando algo vino á añadirse á este choque, desmintiendo las suposiciones de Ferragut. El aire azul y luminoso se arrugó bajo el zarpazo de un trueno.

Pero transcurría el tiempo; la mujer despreciada adquiere mayor valorización a cada vuelta de sol; y el deseo, al renacer en las entrañas, las araña como un demonio implacable, diciendo burlonamente a cada zarpazo: «Toma, hombre aislado; toma y aguanta, ya que eres el más fuerte...». Despertó Ojeda al día siguiente con los sonidos de la música, que daba su concierto matinal.

En aquel momento supremo vaciló la fe del creyente y se quebrantó la incredulidad del esceptico: el místico se sintió mordido por la duda y el desengañado se dejó seducir por la esperanza. Todo lo trastornó el brutal zarpazo del dolor. Luciano, el médico, cayó de rodillas ante el crucifijo adorando a Dios en espíritu y en verdad.

Los brazos varoniles escogían con galante zarpazo entre las atlotas agrupadas. «¡!...» Y a este monosílabo seguían el tirón de conquista, los empellones, que equivalían a un título momentáneo de propiedad, todos los extremos de una predilección rudamente ancestral, de una galantería heredada de remotos abuelos en la época obscura en que el palo, la pedrada y la lucha a brazo partido eran la primera declaración de amor.

La Muerte rondaba en torno del mísero populacho, como un lobo alrededor del rebaño, siempre vigilante, con las uñas afuera y los dientes agudos. Zarpazo aquí, dentellada allá, la gran enemiga se mostraba infatigable. Siempre había en el hospital más de una docena de camas ocupadas por carne enferma que pedía entre gemidos el auxilio de don Luis.