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La otra hermana era también joven, acaso más que ella, más baja también, rostro blanco, de cutis transparente que delataba un temperamento linfático, los ojos zarcos, la dentadura algo deteriorada. Por la pureza y corrección de sus facciones y también por la quietud parecía una imagen de la Virgen.

Y le veo alejarse, amorosamente abrazado a la niña, en cuyos ojos zarcos arde una llamita de ilusión, y en este momento, el mal poeta me parece más grande que Shakespeare y que Hugo... La sombra del rey galán POR el puentecillo de El Pardo iba aquel rey galán cuya leyenda cantan los niños en los jardines. Era pálido y adolorido, tenía las ojeras moradas como los lirios del paje Gerineldo.

Esta es la mayor exclama . En casa quedan otros cinco leones. ¡Calcule usted los versos que tendré que hacer! La niña rubia, una grácil adolescente de catorce años, tiene los ojos zarcos e ilusionados. Ahora le voy a comprar unos zapatos, ¿sabe usted? Los romperá en seguida, porque estas criaturas...

Sobre la frente inmaculada de la joven se alzaba como un nimbo el oro de la barba rizosa de Salvador, que parecía hermoso con el victorioso encendimiento de sus ojos zarcos, la sonrisa de noble ufaneza y el bizarro alarde con que amparaba a Carmen junto al corazón.

No acabó don Manuel este sentido discurso sin que el joven hubiera levantado la cabeza, brillantes los ojos zarcos y sinceros, toda iluminada de una grata expresión su simpática fisonomía. Se quiso arrodillar con un movimiento espontáneo y devoto para suplicar.

Como la luz del sol no hallaba obstáculos para filtrarse al través de la deshojada parra, el rostro del mancebo, bañado de claridad, parecía duro y anguloso; su bigote, blondo a la sombra, tenía ahora un dorado metálico; sus ojos zarcos miraban con glacial limpidez.

Era alto, enjuto de carnes, ágil y recio, con poquísimas canas aún, atusados y negros los bigotes y la barba, muy atildado y pulcro en toda su persona y traje, y con ojos zarcos, expresivos y grandes. No le faltaba ni muela ni diente, que los tenía sanos, firmes y muy blancos e iguales.

El descanso de nuestro señorito consistió por lo pronto en dar vueltas por la sala como un lobo enjaulado, sin dignarse echar una mirada al arqueológico lecho. Así pasó algún tiempo en un estado de agitación que inspiraba lástima. Las mejillas se le iban inflamando. Sus ojos zarcos llegaron á inyectarse de sangre.