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Ella sintió que su ser se diluía en una vaguedad semejante a la que había experimentado en algunos momentos extáticos, así junto a la Virgen en la iglesia de Nueva Pompeya, y le pareció que morir no sería sino prolongar por toda una eternidad la delicia de aquellos momentos. ¡Una eternidad para las manos que le quitaban con tan suave modo los zapatos blancos!

Las habitaciones obscuras se llenan de luz blanca, y por primera vez oímos a los gorriones, agazapados bajo los rastrojos, con las plumas erizadas, que gritan afuera: «Esta mañana no hay comida, no hay comidaHullin se calzó sus recios zapatos herrados de doble suela, y sobre la chaqueta púsose un amplio jubón de paño buriel.

La verdad, Leonor: no tienes mucho pelo; pero yo te quiero así, sin pelo, Leonor: tus ojos son los que quiero yo, porque con los ojos me dices que me quieres: te quiero mucho, porque no te quieren: ¡a ver! ¡sentada aquí en mis rodillas, que te quiero peinar!: las niñas buenas se peinan en cuanto se levantan: ¡a ver, los zapatos, que ese lazo no está bien hecho!: y los dientes: déjame ver los dientes: las uñas: ¡Leonor, esas uñas no están limpias!

Su extenuación física parece haber devuelto a su ánimo el antiguo candor infantil; y, cuando se informa con ansiedad de sus zapatos de baile, evidentemente vuelve a ser en todo la criatura virginal que en otro tiempo tendía la mano a Juan con una cordialidad sencilla, para darle la bienvenida.

Qué fastidio, Kimble, el tener que salir en éste momento, ¿eh? dijo el squire . Bien podía haber ido a buscar a vuestro ayudante, el aprendiz... ¿Cómo se llama? ¿Hubiera podido? ¡pero para qué decir que hubiera podido! gruñó el tío Kimble, apresurándose a salir junto con Marner, seguido por el señor Crackenthorp y por Godfrey. ¿Queréis buscarme un par de zapatos gruesos, Godfrey?

32 Yo Soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Mas Moisés, temeroso, no osaba mirar. 33 Y le dijo el Señor: Quita los zapatos de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. 34 He visto, he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído el gemido de ellos, y he descendido para librarlos. Ahora pues, ven, te enviaré a Egipto.

La planchadora se complacía en tenerle horas enteras abanicándola mientras trabajaba, en obligarle a dar lustre a sus zapatos y en general en proporcionarle todos los oficios de un consumado negrito. Pero él los desempeñaba con gusto; después de todo, era el favorito y nadie le disputaba este título.

¿Para salir al tejado? No tanto. Por aquí se sale á las almenas viejas, y por las almenas se entra en los desvanes, y por los desvanes se va á muchas partes. Por ejemplo, al almenar á donde cae la ventana del dormitorio del cocinero de su majestad. Pues no hay que preguntarme otra vez si quiero dijo Quevedo quitándose los zapatos. No dejéis aquí vuestro calzado, porque saldremos por otra parte.

En una replaza abierta entre espesos árboles persiguió á un jabalí, que, al verse acorralado, le acometió con espumarajos de rabia, pretendiendo hundir sus colmillos en el cuero de sus zapatos. Pero una patada del gigante lo envió por alto, yendo á estrellarse contra un árbol copudo y robusto semejante á un cedro.

No tiene a mano sino un traje de baile y un peinador de muselina, babuchas con tacón y zapatos de baile de raso celeste. ¿Qué hacer? Despertar a su camarera, nunca se atrevería... y además el tiempo urge... ¡las cinco menos cuarto! El regimiento sale a las cinco.