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Ese hombre intentó todo lo que puede corromper un alma que resiste al mal y quiere refugiarse en el sacrificio, y su victoria fué pronto completa. ¡Oh! ¡Noche espantosa! fué preciso desnudar á la muerta, ponerla mi ropa, mis zapatos y mis alhajas, y por fin, entre los dos, tuvimos que teñir sus cabellos.

Y Juara entre tanto se ponía apresuradamente unas medias y unos zapatos que le había dado el ventero. Saca los caballos dijo á este último Juara , y toma un ducado. El ventero tomó la moneda y sacó dos caballos. Quevedo y Juara montaron y se encaminaron á Madrid. ¡Oh! ¡y cómo arde la quinta! dijo Juara no entráis en parte donde no hagáis daño.

¡Fusiles! rugían mirándose unos a otros, como si pudieran proporcionárselos . ¡Ay, si tuviéramos fusiles!... Y había en su gesto una expresión heroica, la resolución de morir matando, de perseguir a los enemigos hasta el centro de Madrid. A falta de armas, recogían del suelo las piedras, los cascotes, los pedazos de lata, los zapatos viejos, arrojando una lluvia de proyectiles sobre la policía.

5 y zapatos viejos y recosidos en sus pies, con vestidos viejos sobre ; y todo el pan que traían para el camino, seco y mohoso. 7 Y los de Israel respondieron a los heveos: Por ventura vosotros habitáis en medio de nosotros. ¿Cómo pues podremos nosotros hacer alianza con vosotros?

Su cuerpo parecía el abuelo y las piernas los nietos, mientras que por sus zapatos tenía aire de navegar en seco ¡eran unos enormes zapatos de marinero que protestaban del gusano de pelo de su cabeza con la energía de un convento al lado de una Exposicion Universal!

En este sitio acaece, en lo que no hay duda, que los españoles ponen una espada con zapatos; los indios la quitan, y ponen un machete. Los españoles ponen una cruz; vienen los indios quitan la cruz, y ponen una lanza, toda de palo.

Y, hablando entre mesmo, decía: -Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿qué maravilla?, pues, al fin, era encantado y no le podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca por la planta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro.

Sus miembros, contrastando desapaciblemente con su estatura, eran de gigante, cortos, musculosos, fuertes; vestía un sayo y una caperuza á dos colores, rojo y azul; llevaba calzas amarillas, zapatos de ante y un cinturón negro que sólo servía para sujetar un ancho y largo puñal.

No traía chinelas, sino zapatos de dos suelas, colorados, con unas calzas que no se le parecían, sino cuanto por un perfil mostraban también ser coloradas.

La gitana escuchaba sonriendo, sin dejar de engullir ávidamente los garbanzos, pero al mentar Zarandilla su fealdad cesó de comer. Caya, cegato, mala sombra. Premita Dió que te veas toa la vida bajo tierra, como tus hermanos los topos... Si ajora soy fea, tiempos hubo en que me besaban los zapatos los marqueses. Bien lo sabes , arrastrao...