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Y quitándose los zapatos, se acercó silenciosamente al tapiz y se puso en acecho. Don Juan se asombró al ver el lugar donde le esperaba Dorotea. Porque aquel salón, dispuesto como se encontraba, era completamente bello y fuertemente voluptuoso. Dorotea estaba indolentemente reclinada en un sillón junto á la copa, en la que arrojaba de tiempo en tiempo algunos granos de perfume.

El director y tres empleados subalternos bastan para la administracion puntual y rigorosa del establecimiento. Los detenidos se ocupan en la fabricacion de zapatos, esteras y otros objetos sencillos y de consumo popular, y los productos son destinados á cubrir los gastos del establecimiento y formar un fondo de economías para cada detenido, según el valor de su trabajo.

Y les faltaba poco, en su respeto, para arrodillarse ante el matador. Otros curiosos, de barba descuidada, vestidos con ropas viejas que habían sido elegantes en su origen, movían los rotos zapatos en torno del ídolo e inclinaban hacia él sus sombreros grasientos, hablándole en voz baja, llamándole «don Juan», para diferenciarse de la entusiasta e irreverente golfería.

Escuchábase sobre el pavimento de mármol el fuerte ruido de sus zapatos guarnecidos de clavos. Al fin de la escalera se oyó el ruido de una llave en una cerradura; salieron doña Clara y el tío Manolillo, y volvió á cerrarse la puerta.

Todo allí permanecía en el mismo estado en que su hija lo había dejado; colgaba de la pared su guitarra, con un lazo de cinta que había sido color de rosa y que ahora pendía sin forma, como una promesa que se olvida, y descolorido como un recuerdo que se disipa. Sobre la cama había un pañuelo de seda de la India, y unos zapatos pequeños se veían aún debajo de una silla.

La Nela que nunca había tenido cama, ni ropa, ni zapatos, ni sustento, ni consideración, ni familia, ni nada propio, ni siquiera nombre, tuvo un magnífico sepulcro que causó no pocas envidias entre los vivos de Socartes. Esta magnificencia póstuma fue la más grande ironía que se ha visto en aquellas tierras calaminíferas.

No señor, no se parece dijo la mujerona con no menos rudeza, mostrando al hablar unos dientes picudos y amarillos entre las salchichas de sus labios . Bien se ve que estás ciego. La señora es más guapa. Ya quisiera la Nicanora parecerse a la suela de sus zapatos. ¡Muuú! mugió burlescamente el Ingeniero . Ya la has metido; ya has soltado una barbaridaz.

Miráronla de arriba abajo, y vieron que venía con unas medias de seda encarnada, con ligas de tafetán blanco y rapacejos de oro y aljófar; los greguescos eran verdes, de tela de oro, y una saltaembarca o ropilla de lo mesmo, suelta, debajo de la cual traía un jubón de tela finísima de oro y blanco, y los zapatos eran blancos y de hombre.

Y con gran pasmo del grupo de curiosos, puestos uno enfrente de otro, comenzaron á bailar con brío y arrogancia al son de la gaita. Los mozos, levantando los brazos y mirando á las mujeres atrevidamente á la cara, ejecutaban mil suertes de figuras, brincaban hacia atrás y hacia adelante haciendo ruido con sus fuertes y claveteados zapatos.

Lo mismo las damas que venían haciendo girar su quitasol de seda sobre el hombro, ostentando los menudos pies ceñidos por zapatos de tafilete, que las menestralas con blanco pañuelo de percal por la espalda y el clavel de rigor en el pelo, al levantar sus ojos negros, expresivos y encontrarse con las sonrisas de nuestros vecinos y los grotescos ademanes de admiración, sonreían también graciosamente.