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Un hombre muy alto, encaramado sobre unos zancos que le ponían al nivel de los segundos pisos, recogía propinas de los balcones, tocando el clarinete y haciendo piruetas; la multitud reía en torno, contemplando las contorsiones del volatinero, y algunos grotescos mascarones chapaleteaban sobre el fango, dando vueltas vertiginosas al compás del vals canallesco.

Zaldumbide mismo le miró a Tom con simpatía. Tommy era un clown, un verdadero diablo. Se habia ganado la independencia, y fuera de tocar la campana para renovar las guardias, lo que hacía de la manera más escandalosa e impertinente que puede suponerse, no trabajaba nada. En cambio, educaba a nuestro perro y a la mona Mari Zancos, a la alta escuela.

Claro está que, a pesar de todo, si el imitador vale algo, por cima de esas novedades y de esas tonterías, surgirá y descollará su propio talento. ¿Pero no sería mejor que no se entusiasmase tanto por lo moderno, que no se pasmase tanto de los primores franceses y rusos, a fin de no tener que ponerse en zancos, que empinarse y que estirar violentamente su ingenio para salir por cima de esas tonterías y de esas novedades, mostrándose tal como es?

Usted sabe muy bien, mi oficial, que el hombre que manda durante mucho tiempo un barco de vela, llega a mirarle como una cosa viva; el Viejo así lo creía, y hablaba con su Dragón más que con su gente. Consideraba a su corbeta como si fuera su mujer, su novia o su querida. La única distracción de Zaldumbide era jugar con Marí Zancos, una mona que le había regalado un capitán español.

En el curso de sus peregrinaciones, había reunido muestras variadas de la fauna, la flora y la industria de las diversas latitudes, y esto formaba una mezcolanza heteróclita de objetos sin nombre que rabiaban de verse juntos; calabazas, samowar, babuchas turcas, zuecos normandos, gaitas bretonas, zancos landeses, huevos de avestruz, etc. etc., más una colección de animales disecados; lagartos, gacelas, monos, loros, marmotas...

El Barón procuraba demostrarme con evidencia, empleando para ello muy elocuentes palabras, que yo, sobre ser hermosa, poseía tal majestad en el gesto, en los modales y en todo, que más parecía una princesa o una emperatriz que una perdida plebeya, puesta casualmente en zancos por su enlace con un ricacho usurero.

Un amigo mío muy erudito, Valeiro, estudiante compostelano, me contaba haber leído en un libro de un Fray no cuántos Guevara, obispo en alguna diócesis de Galicia, que los españoles, en los tiempos del gran Carlos V, cuando el tal obispo escribía, andaban en zancos por las calles, a causa de los lodos. ¡Qué barbaridad!

Comprendió entonces el alucinado capellán lo que ocurría, con no poca vergüenza y confusión suya.... Por la pared trepaba aceleradamente, deseando huir de la luz, una araña de desmesurado grandor, un monstruoso vientre columpiado en ocho velludos zancos.

El hijo del inglés, el que debía haber sido rico, magistrado, literato, general, hombre ajeno de opiniones, acabará probablemente sus tres carreras distintas en un solo hospital verdadero, merced a las circunstancias; al mismo tiempo que otros que no nacieron para nada, y que han tenido realmente todas las opiniones posibles, anduvieron, andan y andarán siempre levantados en zancos por esas mismas circunstancias.

La tarea, en apariencia fácil, no dejaba de ser enfadosa para el aseado presbítero: le sofocaba una atmósfera de mohosa humedad; cuando alzaba un montón de papeles depositado desde tiempo inmemorial en el suelo, caía a veces la mitad de los documentos hecha añicos por el diente menudo e incansable del ratón; las polillas, que parecen polvo organizado y volante, agitaban sus alas y se le metían por entre la ropa; las correderas, perseguidas en sus más secretos asilos, salían ciegas de furor o de miedo, obligándole, no sin gran repugnancia, a despachurrarlas con los tacones, tapándose los oídos para no percibir el ¡chac! estremecedor que produce el cuerpo estrujado del insecto; las arañas, columpiando su hidrópica panza sobre sus descomunales zancos, solían ser más listas y refugiarse prontísimamente en los rincones oscuros, a donde las guía misterioso instinto estratégico.