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Si los sitios más hermosos de la tierra llegaran á convertirse un día en punto de reunión de los ociosos, á aquellos que gustan de vivir en la intimidad con los elementos, no les quedaría otro recurso que huir en una barca al alta mar ó esperar el día en que puedan cernirse como el ave en las profundidades del espacio, pero siempre echarían de menos los frescos valles de las montañas, los torrentes que brotan de la inmaculada nieve, las blancas ó sonrosadas pirámides que se yerguen en lo azul del cielo.

¡Cómo! ¿Para qué sirve eso? dice el subprefecto, enrojeciendo y, echando con un ademán a aquel pájaro insolente, prosigue a más y mejor: Señores y queridos administrados prosigue a más y mejor el subprefecto. Y he aquí que en aquel momento se yerguen hacia él las flores desde la punta de sus tallos, y le dicen con dulzura: Señor subprefecto, ¿no advierte usted el gratísimo perfume que exhalamos?

Más lejos, en la misma orilla, vese una gran manada de bueyes, paciendo libremente como los caballos. De vez en cuando distingo por encima de unas matas de tamariscos la arista de sus dorsos encorvados, y sus cuernecitos que se yerguen en forma de media luna.

Ciertas montañas que se yerguen en el seno del mar azul de los vientos alíseos están casi siempre rodeadas, hacia la mitad de su altura, de una faja de niebla que oculta casi siempre al viajero, que llegó á la cima, la vista de la llanura cerúlea; pero alrededor de la cima cuyas cercanías recorro, las nieblas suben y bajan, cambian, se disuelven al azar, sin que sus fenómenos sean constantes.

Allí, en la entrada de las terrazas que bordean el Mediterráneo, se yerguen los dos únicos monumentos de la ciudad, dedicados á la gloria de dos músicos por el simple hecho de que algunas de sus obras fueron estrenadas en el teatro del Casino.

Algunas de estas nubes se yerguen en el horizonte bajo la forma de verdaderas montañas. Sus crestas y sus cúpulas, sus nieves y sus hielos resplandecientes, sus sombríos barrancos, sus precipicios dibujan todo su relieve con perfecta limpieza. Lo que hay es que los montes de vapor son flotantes y fugitivos; formólos una corriente de aire, y otra corriente puede destrozarlos y disolverlos.

Acullá hay continuo remolino, movimiento de olas que se persiguen y se alcanzan en caprichosos círculos. A veces es bastante lisa la faja de vapores; el nivel de las ondas de bruma se sostiene á altura casi uniforme en todo el contorno de rocas que sobresalen como promontorios, y en muchos sitios cimas de colinas aisladas se yerguen encima de la niebla como islas ó escollos.

Todo está silencioso; los troncos se yerguen desnudos, negruzcos, con manchas de líquenes verdosos; las violetas crecen, moradas y olorosas, entre el césped. No es mucho lo que ando yo por estos paseos: inmediatamente regreso y me cuelo en el Ateneo o en la Biblioteca. Y después que he leído un largo rato, cojo unos papeles blancos y voy escribiendo en ellos cosas verdaderamente tremendas.

Y en el fondo, el Seminario con sus dos cuerpos formidables, trepados por infinitas ventanas, cierra hoscamente la perspectiva. Es primavera; la verdura de los huertos no está aún tupida; resaltan alegres las paredes a la luz viva; y las torres y las cúpulas de las dos catedrales se yerguen serenas en el ambiente diáfano.

Encima del cantarero se yerguen cuatro cántaros, y encima de cada cántaro, acomodadas en su ancha boca, cuatro alcarrazas que rezuman en brilladoras gotas.