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Jacinta fue tras él con la sombrilla levantada. «Que no me coges». «A que ». «Que te mato...». Y corrieron ambos por el desigual pavimento lleno de yerba, él riendo a carcajadas, ella coloradita y con los ojos húmedos. Por fin, ¡pum!, le dio un sombrillazo, y cuando Juanito se rascaba, ambos se detuvieron jadeantes, sofocados por la risa.

El valle, vestido de verano, era hasta hermoso; la gente, animada y alegre; los panoramas, mucho más interesantes por la abundancia de luz y limpieza de los horizontes; la temperatura, hasta calurosa en los sitios bajos; las fiestas y romerías, abundantes... y la más solemne y original de las primeras, una que me había ponderado mi tío mucho, aunque no todo lo que verdaderamente merece: la del reparto de la yerba del Prao-concejo en agosto, que dura ocho días seguidos; la verdadera fiesta del trabajo.

A siete de Agosto llegamos á la boca del río Xexui, por donde antes que los Mamalucos destruyesen los pueblos de Maracayá, Terecaní y la Candelaria, se conducía todos los años á la Asunción gran cantidad de la célebre yerba del Paraguay; el día 19, caminando á lo largo de la ribera, vimos una tierra de Payaguás, cuyos moradores se habían poco antes retirado á una grande isla que estaba frente á nosotros.

Me senté un instante sobre la yerba, y me vi halagado por una expansion y un bienestar que no experimentaba desde nuestra llegada á Paris. Me parecia que en aquel momento recobraba la libertad, y sentia por la luz esa especie de religiosa gratitud que siente el cautivo. Miraba hácia bajo, y veia musgo verde; miraba en torno mio, y veia árboles; miraba á lo alto, y veia cielo.

¿Qué ha pasado aquí? exclamó Cornelio con voz ronca. ¡Aquí ha habido un combate! respondió Horn mesándose el cabello . ¡Los salvajes han acometido a nuestros compañeros! ¡Y tal vez mi tío, mi hermano y el chino han sido muertos! ¡No!... ¡Esperad!... El piloto se precipitó entre la yerba y recogió un trozo de carta arrugado, que había al pie de un árbol.

Bermúdez, en cuanto se sintió solo, se sentó sobre la yerba. Un encuentro a solas con cualquiera de aquellas señoras y señoritas en un bosque espeso de encinas seculares, le parecía una situación que exigía una oratoria especial de la que él no se sentía capaz. Y, sin embargo, ¡qué deliciosa podría ser una conferencia íntima con Obdulia o con Ana sobre la verde alfombra!

Por una parte aquel dolor de atrición, aquel miedo a no salvarse a pesar de ser tan bueno, de no haber hecho mal a nadie; por otro lado, el calor, aquel sudor continuo, aquellas noches sin dormir... la soledad de Vetusta... la yerba agostada del Paseo grande, la falta de espectáculos.... «Y además que nadie le comprendía.

He encontrado entre las hojas de una Mitología ilustrada, pedacitos de yerba de Loreto... eran polvo; papeles escritos en que reconocí mis garabatos de niña... y un marinero dibujado por mi pluma que, según la leyenda que tiene al pie, era Germán.

Y cuando ya la Muerte no tenía ni la bandera, ni la espada, ni la corona del emperador, cantó el pájaro de la hermosura del camposanto, donde la rosa blanca crece, y da el laurel sus aromas a la brisa, y dan brillo y salud a la yerba las lágrimas de los dolientes.

Por eso era capaz de alzar sobre los hombros un carro de yerba; por eso nadie osaba competir con él ni en la siega ni partiendo leña.