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Aunque en el país se le daba todavía el nombre de castillo, Rosalinda no era más que una cómoda casa burguesa, construida a fines del siglo XVIII y flanqueada por dos torrecillas con techo de pizarra que le daban un vago aspecto señorial.

No faltaron arquitectos españoles que rivalizasen con ellos; pero cuando empezaron á florecer nuestros Ascondos ya el siglo XVIII tocaba á la mitad de su carrera.

Muerto Lope, su obra quedó un tanto oscurecida por la de Calderón, su continuador famosísimo, y fué cada vez más olvidada en el creciente mal gusto que se extendía según iba avanzando el siglo XVII. En el XVIII, corrió la suerte de todo el teatro español, y sólo a principios del XIX renació su fama con la reivindicación general de nuestro teatro por los escritores románticos, alemanes principalmente.

Así se explica que estos dramáticos no pudieran rivalizar con Lope de Vega, ni merecer largo tiempo el favor del público; ya en el segundo cuarto del siglo XVIII apenas se mencionan sus nombres, siendo escaso el interés que excitaban, aun para imprimir sus obras, no encontrándose ninguna de ellas en las grandes colecciones de comedias españolas, hechas posteriormente .

En este sentido, la literatura del siglo XVIII, con relación a la del siglo XVII; fue literatura del porvenir, y la del siglo XIX lo fue con relación a la del siglo XVIII, y la del siglo XX lo será con relación a la de nuestro siglo; pero no es esta perogrullada lo que quiere expresarse cuando se habla hoy de literatura del porvenir.

En el siglo XII se reconstruyó; pero en el XIV amenazaba ya ruina, y hasta el XVIII no vió Paris alzarse ese magnífico monumento. Lo principió Luis XV, y hago mérito de esta circunstancia, porque quien da su nombre á un monumento de tal tamaño, tiene positivamente derecho á que la posteridad no lo olvide.

A fines del siglo XVIII y á la primera mitad del XIX, el tipo del hermano campanillero era popularísimo en Sevilla y el nombre de alguno de ellos ha pasado á la posteridad, como ocurrió con el llamado Felipe Batato, de quien decía la copla: «Si lo llaman pa ir al rosario dice que está enfermo, que no puede ir; si lo llaman pa i á la taberna, dice que se esperen, que se va á vestir

«Don Augusto de mi alma le dijo , por Dios, no la abandone usted... Mire usted que lo hace, y lo hace... y yo me muero...». Capítulo XVIII Muerte de Isidora. Conclusión de los Rufetes Aunque Augusto no manifestó su propósito, lo tenía, y muy firme, de no abandonar a la infeliz mujer que tan sola y en peligro de ruina estaba.

Entre la primera y la segunda hay colgado un zapatito auténtico de una dama del siglo XVIII. Es de tafilete rosa, con la punta agudísima y con el tacón altísimo de madera, aforrado en piel; tiene la cara bordada al realce, con seda blanca.

El arzobispo Valero Losa les puso pleito a principios del siglo XVIII. Mira su tumba al pie del altar. Perdió el pleito, murió del disgusto, y mandó que lo enterrasen aquí para que le pisaran los insolentes laneros después de muerto, ya que lo habían vencido en vida.