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Aceptó Ojeda con sonrisa bondadosa estos ensueños, mientras en su interior empezaba a latir la irritación de la protesta. ¿Por qué dar un ambiente de hogar burgués a un amor que todavía estaba empezando?... Para aquella walkyria de poéticos éxtasis y ojos nostálgicos, la pasión tomaba una seriedad vulgar, moldeándose con arreglo a los santos principios de la familia y el buen orden.

Y Leonora se estremecía, escuchando internamente el murmullo de la orquesta al acompañar el canto de ternura inspirado por la Primavera; la vibración de la selva agitando sus ramas entumecidas por el invierno, al recibir la nueva savia como torrente de vida; y en medio de la iluminada plazoleta, creía contemplar a Sigmundo y Siglinda, estrechándose en eterno abrazo, formando un solo cuerpo como cuando los veía desde los bastidores, vestida de walkyria, esperando la hora de despertar el entusiasmo del público con su alarido ¡Hojotoho!

Era el Judío Errante, la walkyria galopando entre las nubes de una tempestad musical, pasando a través de las más diversas temperaturas, saltando sobre los más distintos países, arrogante y victoriosa, sin sufrir el más leve menoscabo en su salud y su hermosura. ¡Ah, si quisieras! ¡Si me permitieses seguirte! ¡Como amigo nada más! ¡Como criado, si es preciso!

También la esperanza guiaba el viaje de la infortunada walkyria. El Nuevo Mundo era el único remedio para la gran equivocación que había trastornado su existencia. Mina se lanzaba a esta aventura por su hijo, por el porvenir del pequeño Karl, único vínculo que la unía a la existencia. ¿Qué podía desear?... Más allá de sus esperanzas de madre, no había para ella ninguna ilusión.

Por dos veces la había contemplado Maltrana cerrando los ojos, con su piel pálida, sus ojos negros y fríos que brillaban hacia adentro, sus caderas de eterna creadora y sus pechos amargos: cuando el salvaje Sigmundo habla a la walkyria que le anuncia la muerte; cuando la desesperada Iseo se enrosca de dolor y se mesa los cabellos, agitados por el viento del mar, ante el cadáver de Tristán.

Aquel héroe membrudo, que con la espada partía yunques y mataba dragones, tenía igualmente un alma de mujer. Apenas separado de Brunilda, la olvidaba, fijando sus ojos en otra. En cambio, ella, la femenina walkyria, era el hombre en esta asociación amorosa.

Llegué ayer, mañana salgo para Lisboa. Una corta detención: hablar dos palabras con el empresario del Real; tal vez venga el próximo invierno a cantar La Walkyria. Pero hablemos de usted, ilustre orador... más bien dicho de ti, porque nosotros creo que aún somos amigos. : amigos, Leonora... yo no he podido olvidarte.

Las palabras de entonces volvían a sus labios: «¡Novia mía!... ¡Mi walkyria!». Aquella mujer era la única en el buque que le había amado con desinterés. ¿Y quería separarse de él así, fríamente, sin añadir algo a sus palabras?...

Nuestras cabezas, casi unidas, parecían beber la música del mago, y con la música las palabras: palabras de poeta, de uno de los más grandes poetas de amor que han existido, grandiosas y fuertes, dignas de héroes. La walkyria, convertida en mujer, estremecida aún por la sorpresa de la iniciación carnal, se despide de Sigfrido, el héroe virgen que acaba igualmente de conocer el amor.

Lo sabía todo, sentía como nadie el misterio de las ocultas fuerzas de la Naturaleza, y cantó la primavera como un dios. Hans me lo dijo muchas veces y es verdad. Y añadió sin volver la cabeza, con la voz vaga de una sonámbula. Rafael, usted no conoce La Walkyria, ¿verdad?; no ha oído el canto de la primavera. No; el diputado no sabía lo que le preguntaban.