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Defended vos vuestro trépang dijo una voz. ¡Eh, tunante; ven aquí a repetir esas palabras, si te atreves, o deja al menos que yo te vea la cara! dijo el Capitán, perdiendo la paciencia. Ninguno respondió; pero tampoco ninguno hizo el menor ademán para saltar en tierra.

Que la voz de la sangre es la más fuerte, y hands across the sea Volvamos al señor de mister Brooks. No ha sido ésta su primera demostración anexionista.

D.ª Carolina sacudía la cabeza con ira cada vez que su yerno volvía la espalda. Al fin, una mañana en que Carlota estaba fuera de casa, la sagaz señora hizo una seña expresiva a su hija menor, y ésta se apresuró a levantarse y salir del gabinete. Quedaron solos suegra y yerno. Sin alzar la cabeza de la costura D.ª Carolina comenzó a hablar con voz un poco alterada.

Entretanto los sabios, consejeros, wazires y taalies, reunidos en el diván, se decían, en voz baja, unos a otros: "¡Qué diablos quiere el Sultán!

D. Pantaleón se atrevió a decir con voz temblorosa: ¿Sabes lo que es eso? ¿El qué? ¿Esa caridad y ese talento que te admiran? ¿Qué es? Cloruro potásico. ¿Cómo? Que no depende más que de una mayor cantidad de cloruro de potasa en el cerebro. Pero, hombre, ¿qué jerigonza es la que estás hablando?

Después se acercó á la puerta y posando los labios sobre la cerradura preguntó en voz de falsete también: ¿Dónde están? Un hombre saltó la tapia de la huerta; le sentí caer sobre el montón de leña que hay allí arrimado. Me asomé y le vi acercarse á la casa y escalar la pared respondió D.ª Robustiana por el mismo procedimiento. ¿Despertaste á Regalado?

Así que me hube sentado apareció Eduardito, que también tomó asiento, o por mejor decir, se dejó caer exánime en la silla al lado de nosotros. La comida principió silenciosa, pero no tardó en animarse generalizándose la conversación; y ¡caso extraño! a pesar de tanto andaluz como allí había, el que llevaba la voz cantante era el catalán.

-Calla, Sancho -respondió don Quijote con voz no muy desmayada-; calla, digo, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa: de la invidia que me tienen los malos ha nacido su mala andanza. -Así lo digo yo -respondió Sancho-: quien la vido y la vee ahora, ¿cuál es el corazón que no llora?

En malayo ciento se llama saratus, voz que, más ó menos modificada hallamos en malgache, zatu; en javanés-n~goko, satus; en ibanag gatut; bicol y bisaya, gatos y en ilocano gasut. ¿Provienen estas expresiones de la raiz tahitiana rau?

De la piedra se alza Ataide conmovido y macilento, y sobre su res se inclina, cuando un cavernoso estruendo, atronador, formidable, indescriptible, siniestro, voz pavorosa de muerte, que áun resonante á lo léjos hiela la sangre de espanto, pone de punta el cabello, retemblar haciendo al soto despierta aterrado al eco. ¡Ah! ¡el leon!