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La succión oceánica le arrastró, á pesar de sus desesperados braceos. «¡Todo es inútil, voy á morir!», decía una mitad de su pensamiento. Y á la vez, el otro hemisferio mental evocaba con sintético relampagueo su vida entera.

¿Conoce V. la provincia de Albay? dijo Enriqueta rompiendo el silencio. No, señora; es la primera vez que voy á ella, y lo hago como el que nada busca ni desea. Ya deseará y buscará. Yo no pude sondear toda la intención de aquellas palabras. ¿Y piensa V. describir su viaje? añadió Enriqueta. No pienso escribir una línea más.

Voy á escribírselo yo misma, inmediatamente. ¡Oh! Déjeme usted ese cuidado, tía mía, exclamó la joven. Eso no sería ni correcto ni conveniente, contestó Clementina. Parecería que te sustraías á mi jurisdicción y que hacías concesiones, cuando es él quien debe hacerlas ... ¡Oh! tía mía, nada más que una palabra al final de la carta ...

Sólo permaneció en la mesa una carta comenzada. «Liette.» ¿Liette? ¡La había olvidado! «Voy a hablar a mi madre, le escribía aquella misma mañana; cuando acabe estas líneas será usted mi prometida a mis ojos como a los suyos. «¿Late su corazón de usted más de prisa en esta hora en que me juego más que la vida y se acuerda un poco del que no piensa más que en usted?

Sigamos para abajo, y hablaremos por el camino. ¿Vas a tu casa? Voy a do quierer . Paréceme que te cansas. Vamos muy a prisa. ¿Te parece bien que nos sentemos un rato en la Plazuela del Progreso para poder hablar con tranquilidad?».

Yo me voy, que tengo mucho que hacer». Metiose el original moralista en su simón, y apenas había llegado a la Plaza de los Carros, empezó a sentir en su alma una inquietud inexplicable.

Señores: Mis compañeros de Gabinete me han conferido el encargo que yo he aceptado y voy á cumplir como una honra de valor inestimable de dirigir en nombre del Gobierno su saludo, y con su saludo el homenaje fervoroso de su admiración y de su entusiasmo á este Ejército heroico, glorioso, abnegado y triunfal de la República y de manera especial á su ilustre y victorioso general en Jefe que, apoyado en el amor y en el patriotismo de su pueblo han logrado salvar para la causa de la civilización y libertad cubana, la República y la personalidad política cubana, asegurándonos lo hermoso de nuestra propia nacionalidad.

¿Qué, tanto le interesa á usted? preguntó con mucha hinchazón María de la Paz, que sentía renacer en todas las fuerzas de su antigua habilidosa elocuencia de salón. ¿Pues no me ha de interesar? dijo Elías sintiendo herido su amor propio de mayordomo. Pero voy, si ustedes me permiten, á verla. No puede usted ahora, porque está durmiendo. La va usted á molestar.

Si no fuera porque unas veces es escaso el aire y otras la humedad excesiva, preferiría estos lugares subterráneos a todos los demás lugares que conozco. Esto es la idea de la meditación. Yo siento en mi cerebro un paso, un agujero lo mismo que este por donde voy, y por él corren mis ideas desarrollándose magníficamente.

Es que me va á pegar madre, si lo digo, contesta, haciendo pucheros, el pobre chico. ¡Es que si callas, te voy á deshacer yo la cara de una guantá!