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No quería tener secretos con Maltrana, y le confesó que el tal libro sería un escalón, el último, para alcanzar la cartera de ministro el día que su partido volviese al Poder. El mismo jefe le prometía escribir un prólogo para la obra. Ya ve usted, amigo Maltrana. ¡Qué honor! ¡qué honor para nosotros!... Este «nosotros» dejó frío al joven.

Un día cogí yo a Sabel por un brazo y la puse en la puerta de la casa: la misma noche se me despidieron las otras criadas, Primitivo se fingió enfermo, y estuve una semana comiendo en la rectoral y haciéndome la cama yo mismo.... Y tuve que pedirle a Sabel, de favor, que volviese.... Desengáñese usted, pueden más que nosotros.

Abrió un criado la puerta; preguntó D. Luis por su padre, y sabiendo que dormía, para que no le sintiera ni se despertara, subió D. Luis de puntillas a su cuarto con una luz, recogió unos tres mil reales que tenía de su peculio, en oro, y se los guardó en el bolsillo. Dijo después al criado que le volviese a abrir, y se fue al casino otra vez.

Le empujó hacia la puerta y le echó a la calle antes que volviese su hija. Atolondrado don Paco con los sucesos de aquel día, y más aún con la expulsión de que acababa de ser objeto, no sabía qué camino tomar ni a qué carta quedarse, y maquinalmente se fue a su casa a meditar y a hacer examen de conciencia. Lo primero que notó fue que la tenía muy limpia.

Si al dejar a Pervenches, Juan experimentaba algún alivio en huir de las emociones torturadoras, llevaba en el corazón la terrible herida de los celos, convencido de que cuando volviese a ver a María Teresa, ella no sería ya libre. Su sola esperanza estaba en encontrar en un trabajo encarnizado, el poder que necesitaba para olvidar a la joven.

Y él les dio muy buena respuesta: que saldría a la plaza a trocar una pieza de a dos, y que a la tarde volviese. Mas su salida fue sin vuelta. Por manera que a la tarde ellos volvieron, mas fue tarde. Yo les dije que aún no era venido. Venida la noche, y él no, yo hube miedo de quedar en casa solo, y fuime a las vecinas y contéles el caso, y allí dormí.

Muchas y muy reiteradas fueron las instancias que á este le costó, hasta lograr que á fines de abril se volviese á emprender la marcha con el mismo aparato que al principio; pero pronto se cansó de viajar. Al llegar á Hornillos distante dos leguas de Torquemada, quiso fijar su residencia en él, esponiendo viviria con mas comodidad que en una grande poblacion.

De pronto ponía al galope su caballejo incansable, para sorprender á los peones que trabajaban en el otro extremo de su propiedad. Una mañana sintió impaciencia al ver que había pasado la hora habitual de la comida sin que Celinda volviese á la estancia. No temía por ella.

Don Víctor salió de la huerta y atravesando prados, pumaradas y tierras de maíz, buscó entre las casuchas vecinas la bajada al río Soto, y por su orilla el lugar más a propósito para sentar sus reales y pescar, en cuanto volviese Anselmo con los trastos necesarios.

Con esto dió la vuelta con sus compañeros y hubiera querido el neófito detenerlos para ver más de cerca las cosas tan grandes que había oído decir de Dios y de su gloria, y ver aquel inefable prodigio de cómo las almas son bienaventuradas, no menos porque se ven en Dios que porque ven á Dios en mismo; pero aquel príncipe le hizo entender que ninguno que está feo con la culpa podía mirarse como en un espejo en Dios, ni hacer de mismo espejo en que se mire Dios; antes que saliese de allí y volviese acá para borrar con la penitencia y confesión aquellas culpas.