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El domador iba a seguir, pero viendo que el efecto de curiosidad en el público estaba conseguido y que la multitud pretendía pasar sin tardanza al interior del circo, gritó: La entrada no cuesta más que un real. ¡Adelante, señores! ¡Adelante! Y volvió a atacar con el cuerno de caza un aire marcial, mientras el viejo ayudante redoblaba en el tambor.

Y jadeante, con los ojos fijos y chispeantes, esperaban. El gitano se encogió de hombros, volvió la cabeza de su caballo del lado de la tartana, y la ganó a nado en medio de una granizada de balas, cantando una antigua canción mora del Hafiz: ¡Oh! permites, encantadora niña, que yo envuelva mi cuello con tus brazos, etc., etc. Los contrabandistas se quedaron anonadados.

Una lancha estaba amarrada a la orilla: saltó sobre ella con alegría y no habiendo remos se balanceó un rato gozando la grata impresión de hallarse a flote. ¡Lástima de remos! Si los tuviera se habría lanzado al medio segura de no haber olvidado aún su manejo. Con pesar volvió a saltar a tierra.

Con esto los apaciguó, y don Quijote volvió a preguntar al cabrero si sería posible hallar a Cardenio, porque quedaba con grandísimo deseo de saber el fin de su historia. Díjole el cabrero lo que primero le había dicho, que era no saber de cierto su manida; pero que, si anduviese mucho por aquellos contornos, no dejaría de hallarle, o cuerdo o loco.

8 Y volvió el rey del huerto del palacio al aposento del banquete del vino, y Amán había caído sobre el lecho en que estaba Ester. Cuando esta palabra salió de la boca del rey, el rostro de Amán fue cubierto.

Isabel, con su hijo Raimundo, se volvió a Madrid a la casa paterna, donde tres meses después de fallecido su esposo, dió a luz una niña que tomó el nombre de Aurelia. Era Isabel una mujer singularmente hermosa. Como hija única de un comerciante que pasaba por bien acomodado, no le faltaron pretendientes. Rechazó todas las proposiciones de matrimonio.

Limpiado que hubo la cuchilla en el césped, volvió a comer su churrasco, mezclando en el acero las mal limpiadas gotas de la sangre de Peñálvez con el jugo del churrasco. De cuando en cuando se empinaba el porrón de aguardiente de caña, hasta quedarse medio borracho, según su costumbre, a la caída del sol. Como el crepúsculo se obscurecía ya, fue a tenderse en el rancho.

A la larga, resultará que descubrimos y colonizamos nosotros un mundo nuevo para gloria y provecho del libro mayor de Hamburgo y de Brema. Interrumpió Isidro su charla para examinar un nuevo plan que el camarero acababa de colocar ante él. Pero a los pocos momentos volvió la cabeza hacia el gran busto blanco.

A esta pregunta, una débil sonrisa entreabrió los labios desdeñosos de la señorita Margarita, y el arco prolongado de sus cejas se extendió ligeramente, después de lo cual, aquella fisonomía grave y soberbia volvió de nuevo á su reposo.

Al día siguiente el Vizconde fue a visitar a Rafaela, que vivía en el primer piso de una magnífica casa, no lejos del Arco de la Estrella, en calle y barrio nuevos y elegantes. Rafaela no estaba en casa o no recibía. El Vizconde volvió casi de diario, pero siempre en balde.