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Hombres jóvenes se movían entre las mujeres en torno de la mesa con una brusquedad hostil; disputaban con ellas ásperamente, tratándolas como á enemigos. Las mujeres perdían de golpe su frescura y su gracia: se masculinizaban contemplando las filas de naipes del «treinta y cuarenta» ó el volteo loco de la rueda de colores.

Para llevar tapis hay que nacer á las orillas del Pasig, como para terciarse una mantilla no hay más remedio que comer las papillas acariciado por las brisas de Sierra-Nevada, dormir arrullado por las palmas y el polo gitano, despertar con el alegre volteo de la campana de la Vela, saber beber manzanilla, y en fin, y ¡viva mi tierra! haber nacido en aquel pedazo de cielo que se llama Andalucía.

Todo cuanto se diga en este sentido será contrario a las reglas de la sana crítica, y así nos resolvemos a explicar lógicamente aquel volteo de paredes por la detestable calidad del vino que bebieron poco antes los tres dignos señores. El vino era tal, que si le hubieran tomado juramento habría declarado francamente no haber visto en toda su vida las bodegas jerezanas.

El alegre volteo de la campana cede en esos cortos momentos sus bulliciosos ecos á las tristes, melancólicas y pausadas notas que se desprenden del bronce, yendo á mezclarse con el Ángelus que murmura la lengua y el recuerdo que despierta la mente.

Desde una hora antes pasaban por el aire pavorosos rugidos envueltos en vapores amarillentos, jirones de nube que parecían llevar en su interior una rueda chirríando con frenético volteo. Eran los proyectiles de la artillería gruesa germánica, que tiraba á varios kilómetros, enviando sus disparos por encima del castillo. No podía ser esto lo que interesaba á los oficiales.

Parecía inmóvil, a pesar de que dos cuchillos de espuma rebullían a lo largo de su proa. «¡Adiós! ¡Buen viaje!», gritaba en varios idiomas la muchedumbre agrupada en las bordas... Y el velero fue empequeñeciéndose, como si marchase hacia atrás, saludando con violentos cabeceos las arrugas espumosas que enviaba a su encuentro el invisible volteo de las hélices.

Del valle subía olor de heno recién segado, aroma de flores y frutas maduras. De pronto un rayo de sol cayó sobre la punta más alta del cerezo plantado delante de la casa de la tía Basilisa; volteó un momento sobre las hojas y saltó á otra rama más baja dejando tras una estela de esmeralda. Otro salto más y se plantó en la higuera más próxima á la casa del tío Goro.

La solemnidad empezaba por el furioso volteo de unas campanas montadas en una puerta del salón. Los clientes del notario, sentados en el entresuelo en espera de los papeles que acababan de garrapatear á toda prisa los escribientes, levantaban la cabeza con asombro.

Hizo de la cámara de la limosna, respetando su rica ornamentacion berberisca, el vestíbulo ó narthex para entrar en la catedral: dejó el muro de refuerzo de Al-hakem tal como estaba, sin tocar á sus atrevidos arcos ultra-semicirculares de columnas emparejadas; pero derribó la cámara del Cadí de la Aljama para dejar espedito el crucero, y ademas las arcadas de las tres naves trasversales que habia ocupado; derribó asímismo tres columnas fronteras á los tres robustos machones árabes que quedaban exentos en la longitud del buque de oriente á poniente; construyó en su lugar tres machos mas esbeltos fortalecidos en ángulo recto con muros á modo de estribos, que interceptaban en toda su anchura una nave trasversal; de macho á macho volteó grandes arcos ojivales, correspondientes á los tres de herradura de enfrente; tendió de un lado á otro una ligera y sencilla bóveda sin nervios enlazados, dividida en cuatro compartimentos por tres grandes arcos de baquetones, de los cuales el mas inmediato al presbiterio descansaba en delgadas y altas columnillas, y los otros dos en bien esculpidas repisas de cenefas caladas suspendidas á regular altura en los entrepaños; y finalmente, tomando de costado la cámara central de la antigua maksurah, donde presumimos tenia su asiento el Califa , colocó en ella la Capilla mayor.

Al volver á la estación se refugiaron, huyendo del calor, en un saloncillo con divanes de terciopelo polvoriento. Para distraerse mientras esperaban el tren, Freya sacó de su bolso una cigarrera de oro, y el leve humo del tabaco egipcio cargado de opio volteó en los chorros de sol de las ventanas algo entornadas.