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En el silencio, un ruido confuso de voces subía hasta ellos, con risas moderadas, ahogadas, como lo requieren las conveniencias en una casa en que hay un muerto.

Una mañana sintióse gran ruido de voces, patadas, choque de armas, roce de vestidos, llamamientos y relinchos, como si un numeroso ejército se levantara y vistiese á toda prisa, apercibiéndose para una tremenda batalla.

Pueblo por excelencia agrícola, mira cultivados sus campos como hace cien años, rinde los mismos productos, cosecha los mismos frutos. Y gasta y consume hoy lo mismo que gastaba y consumía hace veinte lustros. Las casas como cortadas por el mismo patrón; los trajes iguales; las caras parecidas; unísonas las voces.

Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda. Y, volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían.

Sentóse en la cama, y estuvo atento y escuchando, por ver si daba en la cuenta de lo que podía ser la causa de tan grande alboroto; pero no sólo no lo supo, pero, añadiéndose al ruido de voces y campanas el de infinitas trompetas y atambores, quedó más confuso y lleno de temor y espanto; y, levantándose en pie, se puso unas chinelas, por la humedad del suelo, y, sin ponerse sobrerropa de levantar, ni cosa que se pareciese, salió a la puerta de su aposento, a tiempo cuando vio venir por unos corredores más de veinte personas con hachas encendidas en las manos y con las espadas desenvainadas, gritando todos a grandes voces: ¡Arma, arma, señor gobernador, arma!; que han entrado infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre.

La piel y la garganta las teníamos abrasadas. Algunos marineros se desmayaban tendidos por los rincones; otros se ponían como locos; el sol mordía la piel de estos desdichados. Los chinos se ahogaban en la bodega y comenzaron a pedir agua a grandes voces; se asfixiaban. El capitán dijo que no había agua, y nos mandó a nosotros quitar las bombas de mano que sacaban el agua de los aljibes.

Alquilé una mula y salíme de la posada, adonde ya no tenía que sacar más de mi sombra. ¿Quién contará las angustias del zapatero por lo fiado, las solicitudes del ama por el salario, las voces del huésped de la casa por el arrendamiento?

En toda la largura de la playa solamente se oyen las voces de las mujeres y de las criaturas. ¡Pobres almas, qué triste suerte les espera! La misma que a todos nosotros. ¡Pedir una limosna por las puertas! Por agora, la mar sólo ha echado el cuerpo del patrón y el del rapaz. ¿De quién era el rapaz? No decírvoslo. Era el hijo más nuevo de la Garula. ¡Valiente borrachona está la madre!

Hay, en efecto, innumerables comedias, cuya fábula se imagina ocurrir en las cortes, y que muestran algún personaje real, y que, sin embargo, refieren tan sólo aventuras de la vida ordinaria, y no exigen complicado juego de maquinaria ni ostentación escénica, cual lo prueban las conocidas de Moreto y de Calderón, tituladas El desdén con el desdén y El secreto á voces.

Todos permanecen ante la puerta cobardes, mudos y quietos. El Caballero entra solo, y sus voces bajo la bóveda del zaguán, se alejan y se pierden. Los cuatro mancebos se retiran del balcón, unánimes en el impulso violento y fiero.