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Pues todo su deseo se cifra en conquistar a Amira que lo desprecia. ¿De qué nace esta sed insaciable, este deseo vividor, reemplazado por otros y otros deseos que rápidamente se suceden sin encontrar jamás sino imperfecta satisfacción?

Las innumerables cofradías y hermandades de Jerez, en las cuales tenía el alegre noble un cargo hereditario, acompañaron al Viático; y al morir, su cadáver fue vestido de fraile, amontonándose sobre su pecho todas las medallas que la señora de Dupont juzgó de más eficacia para que aquel vividor no sufriese retraso ni entorpecimiento en su ascensión a la gloria eterna.

Penosa alternativa para aquel incorregible vividor, mariposa de noche que prefería al aire puro de los bosques la atmósfera asfixiante de los salones, que volaba de flor en flor y se complacía en las intrigas femeninas como una vieja coqueta, pero sin renunciar a jugar su partida ni resignarse a pasar a la reserva.

Cada vez estás más guapo. Si no fuese por darle un disgusto a María de la Luz, cualquier día engañábamos a éste. Pero éste, o sea Luis, reía de la desvergüenza de su prima, sin que le molestase la muda comparación a que parecían entregados los ojos de Lola, entre su cuerpo desmedrado de vividor alegre y la fuerte armazón del aperador del cortijo. El señorito pasó revista a su gente.

Y así, aquel gran vividor, acostumbrado a mirar los zafiros y rubíes de sus anillos de oro mate al través del diáfano cristal, lleno con los topacios líquidos del Sauterne, y a saborear la nube perfumada del tabaco de Cuba, debía sufrir mucho, cuando mi tía Medea, a quien frecuentaba, lo sentaba a su mesa a comer aquellos platos dignos sólo de su robusta pepsina de ñandú.

Me ha proporcionado excelentes espaldares. ¿Y el criado que tanto te convenía y que te quité á peso de oro? Empezaba á servirme mal. ¿Y el descrédito que he arrojado sobre tus costumbres? ¡Bah! No me ha disgustado pasar por un vividor. En fin; todo lo que he hecho en veinte años que hace que te aborrezco, y que te lo pruebo, ¿ha sido perder el tiempo?

Muchas veces pensaba en esto: él no tenía, en rigor, amigos entre los hombres; ni amigos de la infancia, verdaderos, capaces de comprenderle y capaces de abnegación; ni amigos de la edad viril...; il suo caro Mochi... ¡bah!, le había engañado una temporada. Era un vividor a quien Dios perdonara. Sus amigos eran las cosas.

Ese no era un vividor insignificante como los demás. Se imponía por la originalidad de su actitud y la ironía de su palabra. No podía pasar inadvertido, y cuando se le había conocido una vez, había que acordarse de él, aunque no fuera más que para odiarle. Solamente me inspiró temor.

Oiga usted, Pinedo, no me acordaba ya dijo arreglando el abanico de cartas que tema en la mano , ¿por que tenía usted interés esta mañana en hacer pasar por un santo delante de su hija al perdido de Alcántara? Es un secreto respondió el gran vividor. ¡Que se diga, que se diga! exclamaron a un tiempo Pepa y Clementina. Se hizo de rogar un poco.

Si escuchaba cerrarse una puerta con violencia, aquel golpe repercutía dolorosamente en su corazón: las bisagras se desencajaban, todos los pestillos se echaban a perder. En fin, con tal sobresalto vivía, que le acometió una pasión de ánimo y comenzó a decaer visiblemente. Un su amigo tan miserable como él, pero más vividor, le aconsejó que dejase la casa y se trasladase a otra.