United States or Åland ? Vote for the TOP Country of the Week !


Se desechó el uniforme y se convino en que vistiese frac negro y llevase colgada la medalla de concejal. Fijose por último el día: resultó un lunes. Desde mucho antes el traidor había deslizado en la conversación, hablando con D. Juan Estrada-Rosa, la especie de que Granate se jactaba de ser deseado y requerido por él para yerno.

Ella, entre interrotos sollozos y mal formados suspiros, dijo: «No es otra mi desgracia, ni mi infortunio es otro sino que yo rogué a mi hermano que me vistiese en hábitos de hombre con uno de sus vestidos y que me sacase una noche a ver todo el pueblo, cuando nuestro padre durmiese; él, importunado de mis ruegos, condecendió con mi deseo, y, poniéndome este vestido y él vestiéndose de otro mío, que le está como nacido, porque él no tiene pelo de barba y no parece sino una doncella hermosísima, esta noche, debe de haber una hora, poco más o menos, nos salimos de casa; y, guiados de nuestro mozo y desbaratado discurso, hemos rodeado todo el pueblo, y cuando queríamos volver a casa, vimos venir un gran tropel de gente, y mi hermano me dijo: ''Hermana, ésta debe de ser la ronda: aligera los pies y pon alas en ellos, y vente tras corriendo, porque no nos conozcan, que nos será mal contado''. Y, diciendo esto, volvió las espaldas y comenzó, no digo a correr, sino a volar; yo, a menos de seis pasos, caí, con el sobresalto, y entonces llegó el ministro de la justicia que me trujo ante vuestras mercedes, adonde, por mala y antojadiza, me veo avergonzada ante tanta gente

Una mañana sintióse gran ruido de voces, patadas, choque de armas, roce de vestidos, llamamientos y relinchos, como si un numeroso ejército se levantara y vistiese á toda prisa, apercibiéndose para una tremenda batalla.

Era necesario prevenir á Felicia que aún dormía. El tío Goro subió las escaleras y la llamó diciéndole que se vistiese de prisa, que la necesitaba. Pero Demetria no esperó á que bajase: en cuanto oyó sus pasos en la sala sin poder contenerse subió la escalera gritando: ¡Madre! ¡madre! La buena mujer cayó en sus brazos. ¡Madre! ¡madre! ¡madre! ¡Ya estoy aquí! ¡Madre! ¡madre! ¡madre!

Sin querer oír más, la muchacha declaró que no sólo repugnaba casarse con semejante bestia, sino que iba a echarlo de casa volando: no era cosa de tener que atrancar la puerta cada vez que se vistiese. No y no: antes prefería que la aspasen viva que sufrirlo allí a todas horas.

Ya está más tranquila, ya no se mueve.... Me estoy mirando... ahora. ¡Qué linda eres! Ven acá, niña mía añadió el ciego, extendiendo sus brazos. ¡Linda yo! dijo ella llena de confusión y ansiedad . Pues esa que veo en el estanque no es tan fea como dicen. Es que hay también muchos que no saben ver. , muchos. ¡Si yo me vistiese como se visten otras!... exclamó la Nela con orgullo. Te vestirás.

Como decían en el inmediato pueblo de la Presa, era un hombre que, vistiese como vistiese, tenía aire de señor. Llevaba casi siempre botas altas, gran chambergo y poncho. Pendiente de su diestra se balanceaba el pequeño látigo de cuero, llamado rebenque. Los edificios de su estancia eran modestos.

»Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabíamos qué hacernos; pero, considerando que las voces del pastor habían de alborotar la tierra, y que la caballería de la costa había de venir luego a ver lo que era, acordamos que el renegado se desnudase las ropas del turco y se vistiese un gilecuelco o casaca de cautivo que uno de nosotros le dio luego, aunque se quedó en camisa; y así, encomendándonos a Dios, fuimos por el mismo camino que vimos que el pastor llevaba, esperando siempre cuándo había de dar sobre nosotros la caballería de la costa.

Si la rogaba, por ejemplo, se acostase en su cama, lo hacia en el suelo; si disponia que se trasladase á otra habitacion mas decente y ventilada, cerraba con mas fuerza los cerrojos de la en que estaba. Cuando hacia frio, desechaba las pieles y objetos de abrigo que le proporcionaban, y cuanto mas la suplicaba Luis Ferrer se vistiese y asease, con mas empeño andaba sucia y mal vestida.

"Tanto peor para vuestra salvación eterna," me dijo; y habló largamente de la gran estimación de Su Santidad por las virtudes del abad de Berguén y cómo en reconocimiento y recompensa de las mismas había resuelto el Papa conceder indulgencia plenaria á todo pecador que vistiese el hábito cisterciense y lo tuviese puesto el tiempo necesario para recitar los siete Salmos de David.