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No era por la carne. «El hambre no tiene ley, y la carne la ha hecho Dios para que la coman los hombres.» ¡Pero al menos que dejasen la piel!... Y comentaba tanta maldad repitiendo siempre: «Falta de religión y buenas costumbresOtras veces, los merodeadores se llevaban la carne de tres vacas, abandonando las pieles bien á la vista; y el estanciero decía sonriendo: «Así me gusta á la gente: honrada y que no haga mal

Esforzad, esforzad la turbada vista y descubrireis más rostros conocidos y simpáticos.

Dejónos más helados que el mismo mar vista semejante, aprestando las armas, más por muestra de ser hombres que con pensamiento de defenderse.

Don Juan estaba mudo de admiración, dominado por la magia que se desprendía de doña Clara y con la vista fija en ella. Estaba maravillosamente vestida.

Las buenas mozas que antes le mataban el hambre y cuidaban de su ornato viéronse poco a poco repelidas con risueño desprecio. Hasta el viejo protector se alejó prudentemente, en vista de ciertos desvíos, y fue a poner su tierna amistad en otros muchachos que empezaban. La empresa de la Plaza de Toros buscaba a Gallardo, mimándole como si fuese ya una celebridad.

Sobre ello hay mas de un espediente: que se traigan á la vista y se examinen, y se verán las justas razones espuestas por el comercio de Manila para resistir tal determinacion; resistencia que siempre fue acojida y aprobada por el Gobierno.

7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque son venidas las bodas del Cordero, y su mujer se ha aparejado. 8 Y le ha sido dado que se vista de tela de lino finísimo, limpio y resplandeciente; porque el lino finísimo son las acciones justas de los santos. 9 Y él me dice: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero.

Los de Lorío y Condado á su vista se arrojan con más brío sobre los de Entralgo y Villoria y redoblan su valor y sus esfuerzos.

Cuando entraron en la plazuela donde vivían, la vista de su casa, que con el portalón entornado, los balcones cerrados y la fachada obscurecida por la última luz de la tarde tenía cierto aspecto fúnebre, hizo revivir en la memoria de las tres el recuerdo del caballo. ¡Dios mío! ¿Cómo estará el pobre Brillante?

Pasó por mi imaginación un personaje dramático. Con la vista fija en el chisporroteante fuego, pensaba para mis adentros cuál podría ser, esforzándome en seguir el hilo de mis memorias hacia el revuelto pasado, cuando una mujercita de tímido aspecto apareció en la puerta, y apoyándose pesadamente contra el marco, dijo con voz débil. ¡Marido!