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Veraneaba con su familia en las costas del Norte, aprovechando el viaje para visitar Loyola y Deusto, los centros de santidad y sabiduría de sus buenos consejeros. El calavera, para demostrarle una vez más que era hombre serio y de provecho, le escribía largas cartas, mencionando sus visitas a Marchamalo, la vigilancia que ejercía sobre la vendimia y el buen resultado de ésta.

Llevaba a su madre al teatro, la acompañaba a hacer visitas: algunas noches, cuando hacía buen tiempo, salía de paseo con ella por las calles, dándole el brazo como un marido o un galán. La belleza de Isabel no disminuía con la edad. Al verlos juntos, nadie imaginaba que eran madre e hijo, sino hermanos, cuando no esposos. Esto era causa para el joven de cierto malestar.

¡Cuántas visitas le hace la intranquila esposa que aguarda la vuelta de su marido! Al anochecer, y también á media noche, la hallaréis allí sentada, aguardando y pidiendo que la bienhechora luz que brilla en lo alto traiga al ausente, lo conduzca á puerto con seguridad. Con justicia, los antiguos honraban el altar de los dioses salvadores del hombre en sus piedras sagradas.

Las plazas mas grandes que yo tuve ocasion de ver en Viena, son la de la Harina y la de José: ámbas son espaciosas y monumentales. El viajero que guste conocer lo antiguo de las ciudades, tiene diferentes visitas que hacer; hay algunos edificios que merecen ser vistos. Abundan las fuentes en las plazas, lo cual es muy bueno.

El regreso a los Pazos fue animado por comentarios y bromas acerca de las visitas: hasta Julián dio de mano a su formalidad y a su indulgencia acostumbrada para divertirse a cuenta de la mesa escotada y del almacén de quincalla que la señora jueza lucía en el pescuezo y seno.

Hube, pues, de limitarme á San-Gil, á donde es fácil penetrar por cualquiera de las grandes calles del centro aristocrático. Y con todo, mis visitas, que no pasaron de dos, fueron diurnas, escogiendo algunas de las callejuelas mas horribles, como la de Church-Lane, tan á la vista de todo el mundo que desemboca nada ménos que en la espléndida calle de Oxford y el Strand.

Los dignos brutos están todos enjaezados con hermosas libreas en sus magnificas é interminables cuadras, y parecen enorgullecerse al recibir las visitas de tantos extranjeros, ya pateando con garbosa satisfaccion, ya irguiendo sus lustrosos cuellos y sus abundantes y crespas colas, como cisnes terrestres.

El pavimento de mosaico de colores tenues que, como el de los atrios de Pompeya, tenía la inscripción «Salve» en el umbral, estaba lleno de banquetas revueltas, como de habitación en que se vive: porque las habitaciones se han de tener lindas, no para enseñarlas, por vanidad, a las visitas, sino para vivir en ellas. Mejora y alivia el contacto constante de lo bello.

Gracias por el interés que nos demuestra... Mas es para un dolor que usted se marche... Me había acostumbrado ya a sus buenas visitas, y no puedo imaginarme que sea ésta la última... Siéntese aquí, muy cerquita... Hablaba con tono tan afectuoso, filial casi, que fue dando a Francisco mayor aplomo para abordar la delicadísima cuestión de que quería hablarle.

Las mujeres que allí viven en cuasi-comunidad no son sino cuasi-religiosas, puesto que no hacen sino cuasi-votos. En efecto, les es permitido salir á la ciudad, recibir visitas y tratar con el mundo, y aun dejar completamente el establecimiento, cuando gusten. El instituto parece tener por objetos principales la beneficencia, la piedad religiosa y la enseñanza de niñas.