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Tuvo muchas visitas en ese tiempo, y la familia de don Pedro Nolasco se las hacía por mañana y tarde.

Mesía y Paco no faltaban ni a una de estas excursiones; pero, además, solían visitar a la Regenta cada tres o cuatro días. A veces Ana y Quintanar, después de comer, a eso de las cuatro de la tarde, salían a la carretera de Santianes a esperar a sus amigos. La soledad le iba pesando un poco a don Víctor y aquellas visitas las agradecía en el alma.

Este pronóstico reservado alarmaba mucho á las visitas de la gran casa de Moscoso, pero casi nada á la nueva huéspeda y heredera. Su inclinación campestre se delataba á cada instante.

De todas suertes, ella había ido a Peleches para hacer una vida a su gusto, sin agravio ni ofensa de los demás, y esa vida haría allí. Por la tarde continuaron las visitas, que subían a Peleches sudando el quilo, porque aquel día achicharraba el sol.

Margarita, repeliendo la mano audaz, habló tranquilamente de su existencia durante los últimos meses. He entretenido mi vida como he podido, aburriéndome mucho. Ya sabes que me fuí á vivir con mamá, y mamá es una señora á la antigua, que no comprende nuestros gustos. He ido al teatro con mi hermano; he hecho visitas al abogado para enterarme de la marcha de mi divorcio y darle prisa... Y nada más.

No era esto lo peor, sino que la Regenta y don Fermín notaban en Quintanar cierta frialdad cada vez que los veía juntos y el Magistral tuvo que fingirse distraído ante algunos desaires disimulados. Don Álvaro no iba a casa de los Ozores sino muy de tarde en tarde y sólo hacía visitas de cumplido, muy breves. ¿Por qué así? preguntaba don Víctor.

Desaparecieron estas visitas, como otras muchas cosas con que tanto prestijio adquirió el nombre español, y con ellas un grande elemento de hacer muchos bienes sin causar ningun mal: volverlas al estado y forma antiguos, sobre no ser fácil, tampoco produciria los bienes que antes, por causas, que sobre ser largo enumerarlas, no son de este lugar.

El balcón era grande y solemne; la noche, ya muy entrada, y el cielo, cariñoso y locuaz, como se pone en nuestros países cuando el aire está claro, y parece como que platican y se hacen visitas las estrellas. Y ante todo, Lucía y Sol, dense un beso.

Desde las primeras horas de la mañana el mundo había cambiado su curso: todas las cosas parecían al revés. ¡Ay, la guerra!... En el resto de la tarde y una parte de la noche fué recibiendo el propietario las noticias que le traía el conserje después de sus visitas al castillo. El general y numerosos oficiales ocupaban las habitaciones.

Se me figura que no viene tan a menudo; ahora no te llaman todos los días para recibirlo como en los primeros días de mi enfermedad. Ha disminuido sus visitas; sin duda se ha dado cuenta de que yo no tenía tiempo disponible para recibirlo, yo no estoy tranquila sino al lado de usted. ¿Me dices la verdad, hija mía? interrogó el señor Aubry con aire triste. , padre, ¿por qué esa pregunta?