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La duquesa no quería salir. Ya no experimentaba repentinos deseos de correr sin objeto por el París dormido, de hacer visitas á horas intempestivas ó deslizarse por los bosques de los alrededores en plena tormenta.

El dependiente se creía bien retribuido, considerábase feliz pensando que hacía seis años nada más, ganaba mil quinientas. Todos los días, antes de dar su paseo matinal y emprender sus visitas de negocios, daba el duque una vuelta por el despacho de Llera, se enteraba de los asuntos y conversaba con él un rato largo o corto según las circunstancias.

En estas visitas lo pagan las mujeres del Mapono, que se ven obligadas á huir por el espanto y terror de aquellas horribles y monstruosas visiones.

Le había a usted perdonado antes de estar justificada, y no tengo mérito ahora mostrándome magnánima... ¿Quiere usted entrar a ver a mi padre? Máximo se levantó. Voy a ahuyentar a los de Oreve... No los ahuyentó, y mi padre estaba muy fatigado por la noche, a causa de las visitas que había recibido. Pero él dice que lo distraen de sus dolores. Máximo a su hermano. 23 de diciembre.

A pesar de que allí se me trataba con mimo, confieso que me cargaba a más no poder la tal Doña Flora, y que a sus almibaradas finezas prefería los rudos pescozones de mi iracunda Doña Francisca. Era natural: su intempestivo cariño, sus dengues, la insistencia con que solicitaba mi compañía, diciendo que le encantaba mi conversación y persona, me impedían seguir a mi amo en sus visitas a bordo.

Lo que era una catarata de mala crianza, según doña Paula, la madre del Provisor, que nunca había querido pagarle las visitas. Pero catarata, cascada, torbellino, todo lo era con cuenta y razón. Su aturdimiento era obra de un estudio profundo y minucioso: se aturdía mientras su ojo avizor buscaba la presa... algún dije, una golosina, cualquier cosa menos dinero.

Líos, ; ¿pues qué quieren decir las visitas del marqués de Saldeoro? ¿Sabes quién es ese danzante? Una persona decentísima, un caballero, un joven... murmuró Relimpio aletargándose. Sea lo que quiera, esas visitas me apestan. No es mi casa para estas cosas, señorita doña Isidora. , Relimpio, como eres tan alma de Dios, no te fijas; yo .

Desde su alcoba, donde continuaba encamada, Fortunata se reía de las ocurrencias de Segismundo buscándole la lengua a Platón y a Ido del Sagrario, a quien solía llamar maestro. Siempre que iba por las noches el farmacéutico, les encontraba infaliblemente y se divertía con ellos lo indecible. Mucho agradecía la desdichada joven aquellas visitas.

Por la pregunta de Rufita. ¿Se ha oído cosa más graciosa? ¿Por quién nos tomarán esas señoras? No le choque a usted, Nieves: es estilo muy corriente ese por acá. Y ¿cuándo piensan venir? Pues cuéntelas usted aquí a la hora menos pensada: de seguro antes de comer hoy. ¿Tan pronto? Y no serán ellas solas... Es el estilo también. ¿De manera que también aquí hay que hacer visitas? ¡Uff!

El simpático viejo parecía contento; pero los achaques le pesaban cada día más, y ya en Abril no salía a la calle sino acompañado de un criado. En una de sus visitas habló a solas con su amiga, en términos tan paternales que a ella le faltó poco para llorar. Todo iba bien, perfectamente bien, y ya se habría convencido la chulita del valor de sus lecciones y consejos.