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Están ocho días en un pueblo, duermen en una cama cuatro; comen olla de vaca y carnero, y algunas noches su menudo muy bien aderezado. Tienen el vino por adarmes, la carne por onzas; el pan por libras, y la hambre por arrobas. Hacen particulares á gallina asada, liebre cocida, cuatro reales en la bolsa, dos azumbres de vino en casa, y á doce reales una fiesta con otra

Y fué lo bueno que la tal resolución vino contraria al inquisidor, pues se decía en ella que cuando fuese á la iglesia con el tribunal podría llevar la cola alzada, bajándola al llegar á la capilla mayor, pero que nunca se permitiese ni esto cuando fuese solo.

Imaginó, por último, Elisa, que le iba sucediendo con el Conde lo que al pastorcillo embustero de la fábula, que gritaba: «¡Al lobo! ¡Al lobocuando el lobo no venía, y que una vez que el lobo vino, no le valió gritar «¡Al loboporque los que podían socorrerle no dieron crédito a sus gritos. Elisa calculó que el Conde no acudía al reclamo, temeroso de nueva burla.

Ya, ya recuerdo cuando vino usted con él hace bastante tiempo. Usted se llama... Isidora, para servir a usted... ¡Pobrecito papá!

A lo último vino esto á faltar, y fué forzoso tratar de buscar otras provincias donde entretenerse, y poder vivir.

Viage que hizo el San Martin, desde Buenos Aires al Puerto de San Julian, el año de 1752: y del de un indio paraguayo, que desde dicho puerto vino por tierra hasta Buenos Aires.

Bebió un poco de vino, probó la fruta y se abalanzó por fin al café, como si éste fuese su único alimento. Después hizo seña al criado para que se llevase los platos casi intactos. Mira, hijo mío dijo con dulzura inesperada. Llévate todo eso; cómetelo y que de salud te sirva.

18 Me levantaré, e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti; 19 ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y como aún estuviese lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.

Baco la ofrenda cántaros de vino, e implora Pan, cabe sus pies de Flora, loco de amor celeste y peregrino. Para son todas mis ternezas cálidas, y mis rosas pálidas, y mis reales odas. Para mi aliento y también mis rezos, la miel de mis besos y mi pensamiento. Para mis cantos que humedecen llantos de acerbo dolor. Para la esencia de esta mi existencia que atrista el amor.

Aprovechaos, que jamás os veréis en otra. Muchos señoritos del Caballista os envidiarían. ¿Sabéis lo que valen todos esas botellas? Un capital: eso es más caro que el champañ; cada botella cuesta no recuerdo cuántos duros. Y la miserable gente arrojábase sobre el vino, y bebía y bebía avariciosamente, como si lo que les entraba por la boca fuese la fortuna.