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Estas y otras reflexiones le alumbraron no poco el entendimiento, y encendieron la voluntad en el amor á las cosas del alma, de Dios y de la eternidad, hasta que labrando interiormente el Espíritu Santo con su gracia en su corazón este desengaño, le trocó totalmente en otro hombre; y así, resuelto á ser religioso, se sintió llamar eficazmente á la Compañía; y como ya estaba descarnado de las cosas del siglo, fácilmente obedeció á las inspiraciones del cielo, y recibido en la Compañía en el mismo Colegio de Salamanca, á los 3 de Julio de 1669, pasó luego á tener su noviciado en Villagarcía.

Se cerraron los coliseos y el duelo fué general cuando, corriendo los días sin descubrirse al delincuente, recurrió la autoridad eclesiástica al tremendo resorte de leer censuras y apagar candelas. Por su parte el marqués de Villagarcía, virrey del Perú, había llenado su deber, dictando todas las providencias eme en su arbitrio estaban para capturar al sacrílego.

Ciñéndonos al plan que hemos seguido en las TRADICIONES, viene aquí a cuento una rápida reseña histórica de la época de mando del excelentísimo señor don José de Mendoza Caamaño y Sotomayor, marqués de Villagarcía, de Monroy y de Cusano, conde de Barrantes y Señor de Vista Alegre, Rubianes y Villanueva vigésimonono virrey del Perú por su majestad don Felipe V, y que, a la edad de sesenta años, se hizo cargo del gobierno de estos reinos en 4 de enero de 1736.

El marqués de Villagarcía se resistió mucho a aceptar el virreinato del Perú, y persuadiéndolo uno de los ministros del rey para que no rechazase lo que tantos codiciaban, dijo: Señor, vueseñoría me ponga a los pies de Su Majestad, a quien venero como es justo y de ley, y represéntele que haciendo cuentas conmigo mismo, he hallado que me conviene más vivir pobre hidalgo que morir rico virrey.

Pero el bastardo imperial hacía en Leganés una vida demasiado villana, confundido con los otros chicos del pueblo, y entonces Luis Quijada, mayordomo del César, y el único que sabía quién era aquel niño, se lo llevó á Villagarcía, de donde era Señor, y lo confió á su mujer, sin revelarle el secreto; por lo que esta ejemplarísima señora llegó á concebir tristes sospechas, que amargaron su vida hasta que, muerto ya el Emperador, hizo pública la verdad el rey D. Felipe II, reconociendo como príncipe y hermano suyo al que había de ser el primer guerrero de su tiempo.

Esta impresión, si no se ha recibido antes, se recibe después, cuando uno pregunta las horas del tren para Villagarcía y le dicen a uno que este tren sólo sale tres veces por semana. Hubo un tiempo en que las catorce puertas de la catedral de Santiago no se cerraban de día ni de noche. Constantemente llegaban peregrinos de todas las partes del mundo, que, entonces, sólo eran tres.

El virrey marqués de Villagarcía, noticioso del mérito del escultor, quiso personalmente convencerse, y una mañana se presentó en la celda convertida en taller.

Aprendió los primeros rudimentos de la Gramática en nuestro Colegio de San Ambrosio en Valladolid, donde con el trato de los nuestros se aficionó á la Compañía y pidió con instancias ser admitido en ella; y hechos los exámenes y pruebas acostumbradas, pasó al noviciado de Villagarcía, grande y religioso Seminario de Varones Apostólicos en ambos mundos.