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Se puede aligerar la nave, Capitán dijo el piloto . Tenemos en la estiba más de veinte barriles de agua y quince toneladas de lastre. Lo echaremos todo al agua. Que uno de nosotros vigile en el puente, al lado de la lantaca, para que no nos sorprendan los feroces antropófagos. Dejaremos a Lu-Hang dijo Cornelio. ¿A ése? exclamó el Capitán arrugando el entrecejo.

No acierto a ponderarte el miedo que tenía yo de que Lucía descubriese mi indignidad; el recato con que viví para que no comprendiese ella o para que tardase en comprender mis faltas y pecados, y cuánto vigilé para que ningún pensamiento impuro penetrase en la mente de ella; y, lo que es imposible cuando un ser humano es inteligente, para perpetuar en su espíritu la ignorancia de lo malo y de lo vicioso.

Le manifesté que me era imposible saber quién era, a lo cual replicó él, insistiendo: Cuando regrese, vigile los movimientos de su titulado amigo Seton, y entonces puede ser que tenga oportunidad de conocer a su amigo, cuyo retrato le he mostrado. Una vez que esto suceda, escríbame, y déjemelo a mi cargo.

Falta esto... y lo otro. Que se vigile Grand-Fontaine y que se cambien los centinelas de ese lado cada media hora. Que se ponga el aguardiente junto al fuego. Esperad que llegue Divès, que trae municiones; que se distribuyan los cartuchos sobrantes y que todo el que tenga más de veinte entregue el resto a sus compañeros. Y así durante toda la noche.

Nadie conoce a Julia: es todavía un carácter cerrado; yo que la conozco. Ahora que ya sabe todo lo que tenía que decirle, sólo me resta recomendarle una cosa: vigile a Oliverio; tiene el mejor corazón del mundo; que lo economice y lo reserve para las grandes ocasiones. He ahí mi testamento de soltera concluyó en voz más alta, para que el señor De Nièvres la oyera, y le invitó a acercarse.

Y también me enoja, no ya el que no piense en y me busque novio, que tiempo hay de sobra y yo no tengo priesa, sino que distraída ella con su general, no me vigile y me deje confiada al adefesio de doña Rita, que, si bien fue su aya, tiene más conchas que un galápago.

ELECTRA. Deje usted que aligere mi corazón. Pesan horriblemente sobre él las conciencias ajenas. ELECTRA, PANTOJA; EVARISTA por el foro. EVARISTA. Amigo Pantoja, la Madre Bárbara de la Cruz espera a usted para despedirse y recibir las últimas órdenes. PANTOJA. ¡Ah! no me acordaba... Voy al momento. Vigile usted. Temamos las malas influencias. ELECTRA, EVARISTA, EL MARQU

ELECTRA. No hay ángeles, no, no... Oigo mi nombre, oigo el bullicio de los niños, que remueve toda mi alma. Son los hijos del hombre, que alegran la vida. Hermana Dorotea, diga usted a la Hermana Guardiana que vigile la puerta de la calle Nueva y la de la Ronda. DOROTEA. Voy, señor.

Puede el gobierno de la república hacer contratar en Europa un empleado de Bosques, inteligente y versado en el manejo y la aplicacion de mejoras sobre la materia, para confiarle la inspeccion general de los bosques de cascarilla, el cual transportándose de un punto á otro vigile y dirija continuamente á los empleados subalternos colocados en cada provincia.

Remozado ya, elegante y guapo, apasionado y discreto, ¿qué necesidad tenía de joyas para enamorar á Margarita? ¿No deslustraba con esto el carácter de su querida, haciéndola aparecer tan comprada como enamorada? A no dudarlo, el regalo de las joyas afea y empequeñece el principio de aquellos amores. Se ve luego que Margarita, sin que nadie la vigile ni la acompañe, va sola donde quiere.