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Pero por lo menos podría vivir todavía; podría arrastrar todavía esta miserable existencia para que el niño no se viera privado de la mezquina parte de felicidad a que tiene derecho; pero para eso sería necesario que yo supiera una cosa, que me viera libre de un espantoso tormento; de lo contrario, es imposible. Con la mejor voluntad del mundo, es imposible; si no fuera así, me consumiría vivo.

¡Ah! señor Máximo exclamó llorando si supiera usted lo que me mortifica... pues bien, me pagará después mi comida, si quiere, me pondrá el dinero en la mano, cuando lo tenga... pero puede usted estar seguro, que aun cuando me diese cien mil francos, no me proporcionaría usted tanto placer, como si lo viera aceptar mi pobre comida. Me haría usted una soberbia limosna.

Abrevié la despedida cuanto pude, condensando mis expresiones de cordial agradecimiento hasta la avaricia, por temor a los lujos verbosos de la hermana de Neluco, que en lo más nimio hallaban causa para desbordarse; cabalgué de prisa deslizando en la mano del chicuelo que me tenía el estribo una moneda de plata sin que lo viera su madre, dádiva que le llenó de asombro y de zozobra hasta enrojecerle la cara y dejarle tambaleándose, por lo que le costó mucho trabajo abrirme la portalada; y en cuanto la vi de par en par, pagué con una sonrisa y una sombrerada los últimos ofrecimientos de la inagotable matrona; salí a la brañuca de afuera oyendo las despedidas de adentro «hasta la tarde»; piqué sin compasión al jamelgo, y tomé el camino río abajo como si me persiguieran lobos de rabia.

Pues como viera los alumnos de la Escuela Pía, con su uniforme galonado y sus guantes, tan limpios y bien puestos que parecían caballeros chiquitos, se los comía con los ojos.

Creo yo que lo primero que se le ocurrió fue darle carrera, sin fijarse en cuál, hacerle hombre; luego sus ideas, sus relaciones... Cuando me trasladaron de Granada a Zamora, hizo el viaje con el chico sólo para que yo le viera; tenía ya doce años; aquello se lo agradecí mucho, porque únicamente le había visto en dos escapadas cortísimas que hicimos esa y yo desde Valladolid.

Rorró: exclamó tía Pepilla dile a tu madrina lo que te recomendó el doctor. , tía; ejercicio, mucho ejercicio; siquiera una vuelta por la sala todos los días; ¡una vuelta, una sola, madrina! Eso de estar así, sentada, todo el día sentada, ¡no puede ser bueno!... ¡Pero... si... no puedo! murmuró. Un esfuerzo.... Tía Pepa me hizo una seña para que viera yo los pies de la enferma.

¡Pues cuando usted la oiga!... Esa chica lo hace todo bien. ¡Si viera usted cómo dibuja! ¿No tienen más hija que ésta los señores de Elorza? Y aquella otra niña que está sentada allí enfrente, que se llama Marta. Ha de ser muy linda también. En efecto, es bonita..., pero no tiene expresión alguna. Es una belleza vulgar, mientras que su hermana... Silencio, que ya empieza.

Susana, avergonzada, dijo que la hermanita era una muchacha sin juicio, de la que no podía sacarse partido; Jacinto era otra cosa; no estaba allí en aquel momento, si no le llamaría, para que la tía le conociera y viera qué serio y qué hombre estaba.

«Te voy a traer unas botas muy bonitas» le dijo la que quería ser madre adoptiva, echándole las palabras con un beso en su oído sucio. El muchacho levantó un pie. ¡Y qué pie! Más valía que ningún cristiano lo viera. Era una masa de informe esparto y de trapo asqueroso, llena de lodo y con un gran agujero, por el cual asomaba la fila de deditos rosados.

A pesar de la poca claridad que había, la vi ponerse densamente pálida. ¡Ya me lo sospechaba! exclamó con voz ronca y extraña, que me asustó . ¡No había de gustarte una chica tan hermosa! también le habrás gustado a ella, como si lo viera... ¡Lucido papel me habéis hecho representar!