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Por eššo les hablo por parabolas; porque viendo no veen, y oyendo no oyen, ni entienden. Demanera que še cumple en ellos la prophecia de Išaias, ÿ dize, De oydo oyreys, y no entendereys, y viendo vereys, y no mirareys. Mas bienaventurados vueštros ojos, porque veen: y vueštros oydos porque oyen. Oyd pues vošotros la parabola del ÿ šiembra.

Partió alegre la gente con el refresco, y en pocos dias la armada arribó á Constantinopla, por el mes de Enero indicion segunda, segun Pachimerio, con universal regocijo de la ciudad viendo las armas que les habian de amparar, y defender. Andronico, y Miguel Emperadores, y toda la nobleza Griega, con mucho amor y muestras de sumo agradecimiento les recibieron, y honraron.

Viendo, pues, el de la Blanca Luna que aquel caballero no le dejaba, le dijo: -Bien , señor, a lo que venís, que es a saber quién soy; y, porque no hay para qué negároslo, en tanto que este mi criado me desarma os lo diré, sin faltar un punto a la verdad del caso.

A este prestigio de «punto» de fuerza, así como la serenidad con que abandonaba el dinero, hacía que le respetasen sus nuevos amigos, viendo en él un firme sostenedor del juego de la sociedad. La nueva pasión se apoderó rápidamente del espada.

De aquestos se tomó lengua y aviso, Mayormente de un indio ya muy viejo; A Santa Catalina de improviso, Que vayan les ha dado por consejo, Y èl propio ir á mostrar el puerto quiso: Y viendo tal recado y aparejo, Las naves en un punto se levaron, Y en luengo de la costa navegaron.

Esperó un momento la vizcondesa, y viendo siempre a aquel impasible y mudo: Señor Fabrice le dijo estrechando las manos del artista , ¿me dejará usted partir sin concederme una frase de esperanza?... Ya su honor está a salvo... ¡Tenga usted piedad de su hija!... ¡Tenga piedad también de la pobre culpable!... ¡Ha sufrido y sufre tanto!... ¡Ha expiado y expía con tanta usura su pecado!... ¡Y si aun me atreviera a añadirle algo!...

Tambien nos quemaron en esta funcion los indios cuatro navios grandes, que estaban en el mar á media legua del puerto; y la gente de ellos, viendo el gran tumulto de indios, se pasó á otros tres que no estaban lejos, y se hallaban abastecidos de bombardas.

Se decía que era de los alborotadores pagados por la reacción; hasta que una noche, viendo que se le miraba con desconfianza, y aun se le hicieron alusiones picantes, desertó para no volver.

Debía ir al cuarto de doña Sol y rogarla que no bajase. El bandido se marcharía seguramente después del almuerzo. ¿Para qué dejarse ver de este triste personaje?... Desapareció el banderillero, y el Plumitas, viendo al maestro apartado de la conversación, se dirigió a él, preguntando con interés por las corridas que aún le quedaban en el año.

5 Y cuando su escudero vio a Saúl muerto, él también se echó sobre su espada, y se mató. 6 Así murió Saúl, y sus tres hijos; y toda su casa murió juntamente con él. 7 Y viendo todos los de Israel que habitaban en el valle, que habían huido, y que Saúl y sus hijos eran muertos, dejaron sus ciudades, y huyeron; y vinieron los filisteos, y habitaron en ellas.