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El conde apenas se había dignado dirigirles una mirada fría cuando levantaron las copas saludándole. Uno de los individuos, de traza plebeya, el más viejo, tañía la guitarra con singular maestría, mientras los demás charlaban de toros y toreros.

Los dos focos de la civilización americana, originados por la fertilidad del suelo en las dos regiones tropicales, con dos cosechas por año, aunque habían alcanzado a elaborar algunas construcciones permanentes, en templos, por supuesto, y a cierto desarrollo político y social, no habían llegado a ponerse en contacto, ni a difundirse mayormente, hasta la época del descubrimiento, por la falta del caballo, del buey, del elefante y del camello, que tanto contribuyeron en el viejo mundo a facilitar la circulación de los productos y de las ideas, y las invasiones que desempeñaron para la inteligencia humana el oficio destructor y fecundante a la vez, de las tormentas atmosféricas sobre el suelo.

¡Lucha triste y cruel! Lanzaba, en el frenesí de su cólera y pavor, una granizada de golpes al pecho del viejo atleta.

Lubimoff admiró al guerrero de guardia, un viejo de bigote blanco, cargado de hombros, casi jorobado, con gabán de color castaña y sombrero hongo. Un brazal rojo y blanco en una manga era todo su uniforme.

El viejo deja el bastón y se pone a arreglar la escena. Cuando está subido en una escalera vienen a llamarlo porque un actor necesita saber si se ha de poner bigote o ha de salir todo afeitado. Entonces el viejo que ha visto Azorín allí cerca le llama y le dice: Azorín, haga usted el favor de sostener esto mientras yo voy un momento a ver lo que quieren.

Y como si esta palabra fuera el tapón de su ira, tras ella corrieron en vena abundante las quejas por lo que el chico había hecho aquella mañana. «Y no quiero hablar ahora del motivo añadió ella ; de esa moza que te has echado... y que sin duda empieza por pegarte su mala educación. Voy a la patochada de esta mañana. ¿Crees que tu tía es algún trapo viejo?».

Y el primero que llegó, que era un alcalde viejo, aunque él le dio a besar la cruz bien delicadamente, se abrasó los rostros y se quitó presto afuera. Lo cual visto por mi amo, le dijo: "¡Paso, quedo, señor alcalde! ¡Milagro!" Y ansí hicieron otros siete o ocho, y a todos les decía: "¡Paso, señores! ¡Milagro!"

En las horas de opulencia, Barriobero adorna su translúcida persona con un deleite de «dandy». ¡Oh, qué admirables chalecos bordados, dignos descendientes de las pomposas chupas del tiempo viejo, cortesano y galante! Estos chalecos merecen por solos un apologista tan atildado y erudito como lo fueron Barbey y Jorge Brummel.

Se veía desembarcando la última vez, enfermo, sin voluntad, anonadado por la trágica desaparición de su hijo. El Mare nostrum llegó á la boca del puerto viejo, teniendo á su derecha las baterías del Faro. Este puerto viejo era el recuerdo más interesante de la antigua Marsella. Penetraba como un cuchillo acuático en las entrañas del caserío; la ciudad se extendía por sus muelles.

¡A nada!... A la noche volví y hablé con don Casiano largamente; le expuse con toda franqueza mis aspiraciones y hasta lo que tengo y lo que tendré con el tiempo en punto a recursos: llegué a decirle que liquidaría todo y me vendría a establecer aquí; el buen viejo me trató con toda consideración; pero diciéndome invariablemente: «Vea, señor, lo que ella resuelva, estará bien... ¿qué quiere que yo me ponga a contrariarla?... háblele usted, no más... y si es por visitarla, puede venir cuando quiera». Así lo hice; el martes, casi pasé el día allí; comí con ellos, tocamos el piano, conversamos largamente; volví ayer... hemos estado horas y horas solos; pero la última palabra de la Pampita al despedirme fue la primera: «Me debo a mi padre y no lo abandonaré en sus últimos años». «¿Me permite usted que la frecuentele dije teniéndole la mano tomada. «Siempre me será grata su visita», me contestó, y cuando salí por la tranquera para venirme, la vi en el corredor; la saludé con el sombrero y ella me contestó con la mano.