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Amigo mio, ahora no podemos entrar en explicaciones. Ignoro si podré tocar este punto en algun pasaje de este libro; en este momento no puede ser. Pues volviendo á la historia, decía que el senador Vieillard llevó un libro á Napoleon. Dicho libro tenia un epígrafe en la portada, acerca del cual llamó Vieillard toda la atencion de su antiguo discípulo.

En medio de la general aclamacion, una voz seca, grave, segura y poderosa, dejó helados á los senadores, al público y al Emperador mismo: aquella voz inexorable, aquel acento de la conciencia, de la amistad y del cariño, aquella palabra que parecia ser la palabra yerta y metálica de un cadáver, dijo clara y resueltamente: ¡NO! Quien pronunció este no tremendo fué el senador Vieillard.

En la antigüedad como en nuestra era, como en todas las eras posibles, Dios representa el génesis de la sustancia; hoy el hombre representa el génesis de la formaEsto, y no otra cosa es lo que el autor de aquel libro quiso decir, y lo que el Emperador pudo creer; pero si se hubiera expresado como yo lo he hecho, aquella idea hubiera entrado en la gerarquía de las cosas oscuras, humildes y plebeyas, no hubiera valido la pena de que un Vieillard llevase el libro á un emperador, y de que un Emperador bajara la cabeza y pensase, y de que volviera á estar cabizbajo y pensativo.

Dumas; un viejo que habia sido maestro de Luis Napoleon, antes de ser Luis Napoleon III, llevó cierto libro á Luis Napoleon, cuando ya era Luis Napoleon III, Emperador de los franceses. El viejo de que hablamos era el honrado, valeroso, austero y lealísimo senador Vieillard, maestro y amigo del Emperador.

Llega su última hora al honrado viejo, hallándose en San Cloud el Emperador; le participan que el senador Vieillard está agonizando; corre á Paris, acude á casa del moribundo, penetra en la alcoba, Vieillard espira, y Napoleon recibe el aliento postrero de aquel grande hombre; de aquel hombre ignorado hoy, pero que es sin disputa uno de los caractéres más bellos con que puede honrarse la historia moderna.

Si tuviera que perdonarle, en honra de la noble memoria del senador Vieillard, le perdonaria. Ahora preguntaré: ¿se cumplió el testamento del senador Vieillard? Creo que no. ¿Por qué? Acaso Luis Napoleon lo sabe, acaso lo ignora, pero la verdad es que la última voluntad del difunto no se cumplió. Me parece oir á un lector que dice: pues ¿qué sucedió en esto?