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Por otra parte, ¡qué franqueza tan natural no tiene que establecerse entre los viajeros, qué multitud de ocasiones de prestarse mutuos servicios, cuántas veces al día se pierde un guante, se cae un pañuelo, se deja olvidado algo en el coche o en la posada, cuántas veces hay que dar la mano para bajar o subir!

Entónces aquellos animales se enfurecen, brincan como cabras, corren como demonios y levantan una polvareda que hace perder de vista el horizonte é invade, á los viajeros en sus navetas martirizadoras.

Además de las antiguas relaciones de viajeros, ya citadas, las cartas de Mme. de Villars, esposa del embajador francés, que vivió en Madrid de 1679 á 1681, contienen algunas noticias acerca del teatro. (Lettres de madames de Villars, de la Fayette et de Tencin: París, 1823.) Escribe con fecha 6 de marzo de 1680: «J'ai été assez souvent

En resúmen, España, que por causas conocidas de todos, ha tardado en comenzar sus vias férreas, toma hoy una noble revancha trabajando en todas direcciones y sin levantar mano. Esta es la España verdadera actual, no la que algunos viajeros han pintado: pronto la Europa toda tendrá ocasion de conocerla.

El hotel de Puerto Rico, donde tío Manolo se alojaba, no era, en realidad, más que una mediana casa de huéspedes. Nada de cuanto caracteriza a los hoteles se encontraba en él; ni movimiento de criados, ni entrada y salida de viajeros y equipajes, ni ruido de ninguna clase. Por lo demás, éstos eran fijos y no pasaban mucho de una docena.

Adiós, don Ricardo, adiós, don Melchor, adiós, niño y cuídese ¡eh! y a ver si vuelve sano y contento. ¡, Rufino, adiós!... ¡Que escriban! En aquella actitud quedaron los viajeros en observación del panorama, que se desarrollaba ante ellos a favor de la marcha acelerada del tren, que a instantes parecía avanzar a saltos felinos y sinuosos.

Las arenas de oro encontradas en La Española le hacían adivinar el verdadero nombre de esta isla. Era la Cipango de Marco Polo y de los viajeros asiáticos; pero antes había sido la tierra de Ofir, adonde Salomón enviaba sus navíos.

Dificultades para alcanzar la verdad, en mediando mucha distancia de lugar ó tiempo. Si es tan difícil encontrar la verdad, cuando los sucesos son contemporáneos, y se realizan en nuestro propio pais, ¿qué diremos de lo que pasa á larga distancia de lugar ó tiempo, ó de uno y otro? ¿Cómo será posible sacar en limpio la verdad de manos de viajeros ó historiadores?

En Portugalete, al tomar el tren, iba de un lado á otro del vagón, con una nerviosidad que inspiraba cierta inquietud á los viajeros, cantando entre dientes todos sus recuerdos musicales que tenían algo de tierno y amoroso, todos los dúos en que el tenor, con la mano sobre el pecho, jura eterna pasión á la tiple. ¡Qué noche, doctor!... Después se había serenado; su felicidad adquirió cierto sosiego, pero aun así, cada día le traía nuevas y profundas emociones.

En vez de los ocho ó diez viajeros que van encerrados en los wagones de Francia, Inglaterra, etc., en Suiza se reunen cuarenta, cincuenta ó mas en un solo carruaje, y el viajero curioso de observar el país puede salir a la pequeña plataforma que se halla entre cada dos wagones y desde allí contemplar con arrebato ú embeleso las magnificencias del paisaje.