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Los viajeros blancos encuentran justificada, hasta cierto punto, la protesta de Estenoz, "porque caballeros, después de todo, no hay que olvidar que los negros pelearon mucho".

Los viajeros descendieron del coche, y entre saludos a la gente que les esperaba se dirigieron a la casa por un caminito del jardín, guiados por Melchor, que al entrar en las piezas les decía: ¡La sala... ya ven... hasta piano!... para ti, Ricardo, que eres tan aficionado... Sigan... éste es el escritorio del viejo... y alzando la voz gritó: ¡Baldomero!... haga traer luz; sigan, muchachos: el cuarto de mamá... estos dos son de las muchachas... éste no hay que presentarlo: ¿qué les parece?...

Tòni había visto en las aduanas á viajeros riquísimos engañar la vigilancia de los empleados por evitarse un pago insignificante.

En ese momento salía al encuentro de los viajeros el gran capataz de la «Celia», Baldomero Luna, quien al ver a Melchor se dirigió hacia él diciéndole efusivamente: ¡Cuánto bueno por acá! ¿Qué tal, Baldomero? ¡Ahora bien, muy bien! ¿Qué, ha sucedido algo? le preguntó Melchor, mirándole fijamente y conservándole tomadas ambas manos. ¡Si viera!... Pero, ¿qué ha ocurrido?

La ruda Inglaterra sintió el peligro inminente de una profunda conmoción social, y tuvo vergüenza de su deshonor, publicado por todos los viajeros que estudiaban á fondo la organización tradicional de la poderosa Albion. Hoy gasta Inglaterra mas de 35 milliones de pesos anualmente en solo las atenciones visibles de la beneficencia pública.

Toda esa gente metía tanto ruido á bordo con su algazara que los viajeros nos creíamos en una especie de Babel, en tanto que los marineros del Thames y el Paraná se ocupaban estrepitosamente en las maniobras del trasbordo, entonando canciones un acento singular y vibrante.

Pero hay otras coloradas; leo: Argel, pabellón colorado con calavera y huesos; Túnez, pabellón colorado; Mogol, ídem; Turquía, pabellón colorado con creciente; Marruecos, Japón, colorado con la cuchilla exterminadora; Siam, Surate, etc., lo mismo. Recuerdo que los viajeros que intentan penetrar en el interior del Africa se proveen de paño colorado para agasajar a los príncipes negros.

Los viajeros siguieron con la vista aquella línea argentada sin desplegar los labios por un buen espacio, gustando la impresión profundamente amable y solemne que el mar produce siempre en el alma. Los contornos de la Isla se dibujaban a lo lejos, desvaídos y confusos por el exceso de la luz, frente a la misma embocadura de la ría, a unas cinco millas de la costa.

El intérprete llegó cuando el dueño del hotel ya se había acostado, y hubo de levantarse gruñendo y protestando de que se le molestase para asuntos que nada le importaban. Le eran desconocidos los señores de Villanera, y le parecía dudoso que hubiesen estado en la isla, pues todos los viajeros distinguidos se hospedaban en Trafalgar Hotel.

Al verse solo en la popa de la goleta, sintió una repentina inquietud. «¿Qué has hecho?... ¿qué has hecho?», clamó una voz en su cerebro. Pero contemplando á los tres viajeros y al muchacho que habían quedado como única tripulación, olvidó sus remordimientos. Debía moverse mucho para suplir esta falta de brazos.