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Ancient mysteries, described by William Hone. London, 1823. A collection of english miracle-plays or mysteries, by William Marriott, 1838. V. también los Cuadernos histórico-políticos de G. Görres, tomo VI; y para la bibliografía, el excelente y acabado Lehrbuch einer allgemeinen Litterärgeschichte, von J. G. Th. Grässe., B. II, Abth. 2, Dresden, 1842. Le Grand d'Aussy, Fabliaux, tomo II.

Quiso Dios cumplir mi deseo y aun pienso que el suyo; porque, como comencé a comer y él se andaba paseando, llegóse a y díjome: "Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer, que no le pongas gana, aunque no la tenga." "La muy buena que tienes, dije yo entre te hace parescer la mía hermosa."

De dos palabras griegas, que significan oro y plata. Voss., de Hist. Gr., II, 21, pág. 319. Fabr. Bibl. Gr., tomo II, pág. 325; VI, pág. 380. Marc. Aurel., lib. XI, párr. 56. Müller., Comment. de genio, moribus et luxu ævi Theodosiani. Gotting., 1798, pág. 91. Procop., Hist. arc., cap. 9, página 70. Athenæus, lib. XIV, págs. 615 y siguientes.

Me vi en la precisión de contribuir con un óbolo de dos pesetas, lo cual me llenó de indignación, no tanto por las dos pesetas cuanto por lo indecoroso del acto. Pero en aquellos días había llegado el duque de Malagón, novio oficial de Isabel, y a esta le gustaba exhibirlo en la tertulia. Era un jovencito de veinte a veintidós años, delgado, moreno, completamente insignificante.

Pero, a cabo de dos días que caminábamos, al entrar de una posada, en un lugar una jornada de aquí, le vi a la puerta del mesón, puesto en hábito de mozo de mulas, tan al natural que si yo no le trujera tan retratado en mi alma fuera imposible conocelle.

Después de calcular mejor la situación, vi perfectamente bien que el viento terrestre no sólo sería vencido, sino que era el auxiliar de su enemigo.

Yo los cordeles para designiar el fuerte en la mano á D. Sancho de Leyva. Verdad es que el designio estaba hecho por quien lo entendía mejor, y se había estrechado casi dos tantos de lo que D. Alvaro había platicado.

Iba, pues, a darle una respuesta evasiva cuando le vi dirigirse apresuradamente al otro extremo del andén y saludar a una joven bonita y muy elegantemente vestida, que acababa de dejar la sala de espera. Podría tener unos treinta o treinta y dos años y era alta, morena y algo gruesa.

La inesperada ocurrencia de aquella mujer, delante de Lituca en quien tenía yo puestos los ojos y el pensamiento sin cesar, me desconcertó en tales términos, que no supe responderla más que con una risotada maquinal; y me hizo tan extraña impresión en los profundos del alma, que tomé la coincidencia como la voz de mi destino que me decía «ahora o nunca». Obcecado en la idea y sintiéndola crecer y avasallarme por momentos al ver lo que vi de pronto en la actitud violenta y en la cara indefinible de Lituca, me aproximé al médico lo más disimuladamente que pude, y le pedí que, por caridad de Dios, me sacara de allí a don Pedro Nolasco y a su hija, mientras decía yo dos palabras a la nieta.

Yo, que vi la bellaquería del demandador, escandalicéme mucho, y propuse de guardarme de semejantes hombres. Con estas vilezas y infamias que veía yo, ya me crecía por puntos el deseo de verme entre gente principal y caballeros.