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Cuál era esta misión, es cosa que no sabía á punto fijo. Los jóvenes como aquél no gustan de concretar las cosas porque temen la realidad; creen demasiado en la predestinación, y engañados por la brillantez del sueño, piensan que los sucesos han de venir á buscarlos, en vez de buscar ellos á los sucesos.

La más leve sonrisa abría en sus mejillas dos tristes oquedades obscuras, que tal vez habían sido antes graciosos hoyuelos.

Usándose actualmente este nombre para designar la citada mision, he creido deber conservarlo, aunque no es tal la denominacion que se daban los naturales, llamándose en su lengua Huachi. Mas tarde el cura y el administrador les dieron el de Chapacuras, originado tal vez de los Tapacuras que se encuentran en los autores antiguos.

El Sol marca las doce en puntos cada vez más elevados sobre el horizonte, alejándose cada vez más del ecuador celeste.

Si alguna vez tenía un apuro, si necesitaba una pensión para seguir pintando, allí estaba él, deseoso de atenderle. Por lo pronto, le esperaba á comer en su casa aquella misma noche, y si quería ir todas las noches, mucho mejor. Comería en familia, modestamente; la guerra había cambiado las costumbres; pero se vería en la intimidad de un hogar, lo mismo que si estuviese en la casa de sus padres.

No pienses más en doña María. Confía en . Dime: ¿te he engañado alguna vez? Desde que nos conocimos ¿no has sido para una criatura venerada a quien de ningún modo se puede ofender? ¿No has visto siempre en , junto con el cariño más vivo que jamás se tuvo hacia persona alguna, un respeto, un culto superior a todas las debilidades humanas?

De vez en cuando se miraban sonriendo.

¡Como la otra! repitió en acento ronco y cada vez más desencajado Montiño. ¿Pero estáis loco, señor Francisco? cubríos, que el aire hiela; embozáos y componéos, y venid conmigo. Montiño se encasquetó la gorra de una manera maquinal, y repitió su extraño estribillo: ¡Como la otra!

Cada vez que en mis largos viajes de ferrocarril, cuando después de veinte o treinta horas de inmovilidad, no se tiene ya postura, entra en mi espíritu aquel mal humor que todos conocen, no tengo más que acordarme de la mula... para sentirme fresco, alegre y dispuesto. La que yo llevaba en ese momento era detestable, reacia, lerda, con una cojera endemoniada.

Y acaso, ¿no era dado esperar que aquella mujer le transmitiese, entre una y otra caricia, el secreto que buscaba? ¡Ah!, entonces que estaba seguro de la absolución del canónigo. «Pensad que lo haréis con un santo propósito.» ¿No eran éstas sus mismas palabras? ¿No se le había aconsejado que buscara un amorío para facilitar su comisión? Volvió a la casa del arrabal, no una vez, sino muchas.