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Pero de repente se serenó y soltó una carcajada insensata. ¡Vamos, señor! dijo he perdido el tino; en vez de venirme á mi casa, me he venido á otra puerta. Y siguió el corredor adelante. Pero á medida que adelantaba se convencía de que estaba en el corredor de su vivienda. Entonces volvió á sobrecogerle el terror, y se volvió atrás, y volvió á llamar, pero de una manera desesperada.

Porque la babucha comprada en el Gran Bazar y la necedad del tío Frasquito iban a colocarle aquel mismo día en lo alto de la columna del escándalo, en la gloriosa picota de la moda, que asentaba esta vez sus cimientos sobre los cadáveres de dos seres degradados, muerto el uno con un dogal, cosida la otra a puñaladas y arrojada en su saco de cuero, sin expirar todavía, viva y palpitante, en lo profundo del mar de Mármara.

Dijo estas palabras con voz un poco temblorosa. Carmen le dirigió una mirada de sorpresa. Pues si tanto lo necesitas, te lo diré otra vez. : te quiero, te quiero... Ya está usted serbido, don Caprichoso. Pero no pongas esa cara, hombre de Dios. ¡Si parece que estás haciendo testamento! ¿Estas segura de que no lo estoy haciendo allá en mis adentros?

Permanecía en la cabecera de la mesa con la cara entre las manos y una nube de perfumado humo ante los ojos, girando éstos de vez en cuando con cierta fatuidad para mirar a algunas señoras que contemplaban con interés al famoso torero. Su orgullo de ídolo de las muchedumbres creía adivinar elogios y halagos en estas miradas. Le encontraban guapo y elegante.

¡Es la última vez, don Zaninski, que vengo a verlo por su toro! Acaba de pisotearme toda la avena. ¡Ya no se puede más! El polaco, alto y de ojillos azules, hablaba con extraordinario y meloso falsete. ¡Ah, toro, malo! ¡ no puede! ¡ ata, escapa! ¡Vaca tiene culpa! ¡Toro sigue vaca! ¡Yo no tengo vacas, usted bien sabe! ¡No, no! ¡Vaca Ramírez! ¡ queda loco, toro!

En el primero iba el clero; al segundo subieron el doctor y Amaury. A la puerta de la iglesia de Ville d'Avray esperaba a la comitiva el cura párroco. En aquella iglesia en que Magdalena había comulgado por vez primera debía hacer su última estación antes de que su cuerpo descendiese a la fosa.

Dormía, y cuando le despertaban miraba a todos con ojos vagos, volviendo a cerrarlos inmediatamente. ¿De veras que no se acordaba el señor?... Ya le preguntarían otra vez, cuando estuviese restablecido.

En vez de los símbolos de la gula é incontenencia de sus hermanos en Europa, los de Manila tenían el libro, el crucifijo, la palma del martirio; en vez de besar á las simples campesinas, los de Manila daban de besar gravemente la mano á niños y á hombres ya maduros, doblados y casi arrodillados: en vez de la despensa repleta y del comedor, sus escenarios de Europa, en Manila tenían el oratorio, la mesa de estudio; en vez del fraile mendicante que va de puerta en puerta con su burro y su saco pidiendo limosna, el fraile de Filipinas derramaba á manos llenas el oro entre los pobres indios...

En vez de decirle: «Porque yo la adoro a usted, y sería para una horrible desgracia esa renovación que me arranca toda esperanza de ser algún día amado por usted», comencé a balbucir como un doctrino, concluyendo por decir una sarta de necedades que sólo al recordarlas me pongo colorado.

Un débil arbusto, una mata de hierba, un junco, el punto de apoyo más falso y más incierto le basta para reconciliarse con la esperanza; pero bien pronto se le escapa todo a la vez y desaparece para siempre. 15 de junio.