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En Vetusta llueve casi todo el año, y los pocos días buenos se aprovechan para respirar el aire libre. Pero los paseos no están concurridos más que los días de fiesta. Las señoritas pobres, que son las más, no se resignan a enseñar el mismo vestido una tarde y otra y siempre.

Bermúdez volvió a Vetusta; Visitación, Obdulia, Edelmira, Paco y Mesía se quedaban. Mientras abajo se trataban a gritos y con idas y venidas tan arduas materias, Edelmira, Obdulia, Visita, Paco y Joaquín corrían como locos por el corredor del primer piso.

No le quería bien. «¡Ese es panteístadecía con desdén. «Ese adora la naturaleza, los animales, y los árboles especialmente... además, no es filósofo; no quiere pensar en las grandes cosas, sólo estudia nimiedades.... Está muy hueco porque después de cien mil ensayos ridículos, aclimató el Eucaliptus en Vetusta.... ¿Y qué? ¿Qué problema metafísico resuelve el Eucaliptus globulus?

En París, y hasta en Madrid, se ama a las señoras casadas sin inconveniente. En esto no hay diferencia entre el amor puro y el ordinario». Importaba mucho al jefe del partido liberal dinástico de Vetusta que Paquito le creyera enamorado de aquella manera sutil y alambicada. Si se convencía de la pureza y fuerza de esta pasión, le ayudaría no poco.

En vez de subir por la calle del Águila habían dado un rodeo y entraban por una de las pocas calles nuevas de Vetusta, de casas de tres pisos, iguales, cargadas de galerías con cristales de colores chillones y discordantes.

La estancia estaba casi a obscuras; por los grandes balcones no se dejaba pasar más que un rayo de luz; se hablaba poco, se suspiraba y se oía el aleteo de los abanicos. ¡Cuánto mejor hubiese sido que se hubiera vuelto loco! exclamó el marqués de Vegallana, jefe del partido conservador de Vetusta.

Pero algunos gritos, los empellones, y dos o tres disputas que se promovieron entre el gentío, iban empujando, mal de su grado, a la Tribuna hacia la vetusta escalera del taller, cuando en este se sintieron pasos que conmovían el piso, y un inspector de labores, con la fisonomía inquieta del que olfatea graves trastornos, apareció en el descanso.

Vetusta era de ellos: la soledad del verano parecía darles posesión del pueblo; hablaban en el pórtico de la catedral mucho tiempo para despedirse, sin miedo de ser vistos; como si aquella soledad de la iglesia se extendiera a todo el pueblo. Anita encontraba la vida de Vetusta más tolerable que en invierno. En este particular no se entendían ella y su marido.

Se había hecho amigo íntimo de Paquito Vegallana y, aunque de lejos, algo le tocaba del esplendor que irradiaba el célebre Mesía, flor y nata de los elegantes de Vetusta. Orgaz le llamaba Álvaro por lo muy familiar que era el trato de Paco y de Mesía, y como él tuteaba a Paquito... por eso.

Roto el secreto, Frígilis tosía fuerte abajo a propósito, para que le oyera Ana, como diciendo: «No temas, estoy yo aquí». Pero como la malicia lo sabe todo, también supo esto Vetusta. Se dijo que Frígilis se había metido a vivir de pupilo en casa de la Regenta, en el caserón nobilísimo de los Ozores. Y decían unos: Será una obra de caridad.