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El patio está formado por una anchurosa y cuadrada galería, sostenida por ocho columnas dóricas, bordeada por una vetusta barandilla, sombreada por saledizos aleros negros. Dos de los lados han sido tapiados para formar habitaciones; los otros dos permanecen al descubierto.
Ana se negaba a acudir a un rincón de amores que Álvaro prometía buscar; el mismo Álvaro confesaba que era difícil encontrar semejante rincón seguro en un pueblo tan atrasado como Vetusta.
Señores, vamos a ver el Panteón de los Reyes murmuró muy quedo el arqueólogo, que iba ya preparando sendos trocitos de su Vetusta Goda y de su Vetusta Cristiana.
La Regenta en Vetusta era ya para siempre la de Quintanar de la ilustre familia vetustense de los Ozores. En cuanto a la advenediza tuvo que perdonar y contentarse con ser: la otra Regenta. Además, el conflicto duraría poco; ya empezaba a usarse el nombre de «Presidente» y pronto habría nombre distinto para cada cual. Entretanto la Regenta era la de Ozores.
Algunos años pasó en Vetusta sin modificar estas ideas, aunque guardándose de publicarlas; pero poco a poco entre su hija y el Magistral le fueron convenciendo de que la religión era un freno para el socialismo y una señal infalible de buen tono.
Se fue a Madrid Mesía, a cepillar un poco el provincialismo. Dejaba ya en Vetusta muchas víctimas de su buen talle y arte de enamorar, pero los mayores estragos pensaba hacerlos a la vuelta. La tarde en que Álvaro tomó la diligencia, Ana había salido a paseo con sus tías por la carretera de Madrid. Encontraron el coche. Álvaro las vio y saludó desde la berlina.
Más que ciudad, es para él Vetusta una casa con calles, y el vecindario de la capital asturiana una grande y pintoresca familia de clases diferentes, de varios tipos sociales compuesta. ¡Si conocerá bien el pueblo!
Siempre encuentra alguna señora vetusta que, deslumbrada por su parentesco real, se encarga de mantenerlo á todo lujo... ¡No sé qué demonios puede dar á cambio de esa protección! El secretario, de vez en cuando, le pega para hacer constar sus antiguos derechos. Don Marcos permaneció silencioso. A él no le interesaban las gentes de esta rama.
Pero la devoción de Ana ya estaba calificada y condenada por la autoridad competente. Las tías, que habían maliciado algo de aquel misticismo pasajero, se habían burlado de él cruelmente. Además, la falsa devoción de la niña venía complicada con el mayor y más ridículo defecto que en Vetusta podía tener una señorita: la literatura.
La capilla de la catedral se trasladó en masa al coro de San Isidro reforzada por algunas partes rezagadas de la última compañía de zarzuela, que había tronado en Vetusta. Los sermones se encomendaron a otro jesuita, el Padre Martínez, que vino de muy lejos y cobrando muy caro.
Palabra del Dia
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