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Vete, huye a América... eres joven, valiente... No, yo le vengaré... aquí. Blasillo, te lo prohíbo; ejecutarás mis órdenes. Usted será vengado.

Vete, Sardiola dijo una débil voz desde el sofá; y Lucía abrió los ojos, y clavó su mirada en el camarero, con reconocimiento y autoridad. Pero señorita, eso de irme, y.... Vete, digo. Y Lucía se incorporó, tranquila en apariencia: Miranda oprimía en la diestra la faca.

Porque para supuesto, me parece excesiva la matraca de esa simple en cuanto me ve. ¡Vete a saber!... ¿Te ha insinuado él algo a ti? Lo suficiente para darme otra prueba de que está bien enterado; y no me ha hablado con mayor claridad, porque en ese punto siempre le he tenido yo a raya.

¡Y no hay medio en lo humano! Ninguno. Bien; será lo que quieras. ¡Presos don Francisco y don Juan! ¡Presos! ¡Al momento! ¡Al momento! Pues vete y manda extender las órdenes. ¿Y te quedas aquí? , no quiero asustarte desapareciendo delante de ti. Debe haber aquí alguna puerta secreta. Pues bien; ¿qué importa? bastante seguro te tengo. Mira.

Y Marta continuó: Pero de aquí allá, y para eso falta mucho todavía, debo llevar sola el peso que me oprime. Te agradezco mucho, hermanita, tu buena voluntad, y te amaré aún más por ello si esto es posible. Ahora, vete, y duerme bien, tenemos mucho que estudiar mañana... Y dicho esto, me empujó afuera.

En el pasillo, Cristeta habló a su adorador en voz baja: ¡Por caridad... vete! ¿Hablaremos? repuso él suplicante. No me hagas ser mala. No quiero. Vete... El pasillo estaba ya lleno de gente. Don Juan comprendió que no era posible seguir hablando sin ponerse en ridículo. Mustio, alicaído y rabioso, bajó tras ella la escalera.

Ahora vete, Martín, porque mi madre habrá oído que estamos hablando y, como ha sentido los tiros hace poco, está muy alarmada. Efectivamente, se oyó poco después una voz débil que exclamaba: ¡Catalina! ¡Catalina! ¿Con quién hablas? Catalina tendió la mano a Martín, quien la estrechó en sus brazos. Ella apoyó la cabeza en el hombro de su novio y, viendo que la volvían a llamar subió la escalera.

Pues señor dijo para el cocinero mayor, deteniéndose de repente , ello es preciso. Y luego dijo alto: ¡Luisa! ¿Qué quieres? contestó la joven. Tengo que hablarte á solas de un asunto muy importante. Púsose levemente pálida Luisa. Vete Inés, hija mía dijo á la niña. Inesita se levantó, miró con cuidado á su padre, y dijo para saliendo: Me quedaré tras de la puerta, y escucharé lo que hablen.

Las de Portomar no, mujer... esas no... hay un señorón liberal, allá en Madrí, que pidió por ellas.... Pero... ¿y cómo, quién te dio el dote? Verás.... Yo echaba todos los meses un décimo a la lotería... todos los meses. ya sabes que la tía me hacía trabajar los domingos por la mañana; pero por las tardes, decía: «Anda, distráete... vete un poco a rezar a la iglesia». Bien.

Mi padre había abierto un pequeño libro con láminas ordinarias para distraerme, y yo, sin separarme de su lado, hojeaba casi maquinalmente sus páginas, y me detenía contemplando los grabados, siempre estrechado por él. Bien, hijito me dijo al fin, vete a recoger, que es tarde ya y yo tengo que hablar con tu tío.