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Al través de un arco con columnas, mal cerrado por un portier hecho de rico tapiz en el que figuraban un joven con casaca y peluca de rodillas delante de una joven con traje Pompadour, veíase un magnífico lecho de caoba con dosel. Así que llegaron a esta cámara, la dama se dejó caer con negligencia en una butaquita muy linda y volvió a decirle con sonrisa burlona: ¡Qué! ¿no te alegras de verme?

El mismo, en cierto modo, participaba de nuestra tristeza. La enferma llamó a Angelina, y le dijo: Niña: ven a platicar conmigo; mañana te vas, y acaso no volverás a verme, porque, desengáñate, hija, ¡mi mal no tiene remedio! El doctor dice que nervios; ¡pero yo no creo nada de eso! El mejor día sabrás que me he muerto.... Pero, niña, no hablemos de eso; siéntate aquí, a mi lado.

Justamente, al cruzar tercera o cuarta vez por delante del balcón apareció en él la gentil chiquita, que al verme hizo un movimiento de sorpresa, acompañado de una mueca encantadora, se echó a reír y se ocultó de nuevo.

No, Sr. de Santorcaz repuse . No qué gente es ésa ni me importa saberlo. Apartámonos todos de la casa, y por el camino me dijo otra vez D. Luis que tendría mucho gusto en verme en las filas de su compañía. Al día siguiente, que era el 20, nos ocupamos Marijuán y yo en buscar otra vez a nuestro amo.

Al fin, después de encender su pipa con una astilla, reanudó su relación, diciendo: Abandoné el mar, volví aquí al lado de mi esposa y pasaron seis años sin que supiera nada del italiano, hasta que un día, con aspecto de un hombre de recursos y vestido con un traje nuevo y sombrero duro, también nuevo, se presentó a verme.

Así que, señora mía, prevengamos, como tengo dicho, con nuestra diligencia sus designios, y partámonos luego a la buena ventura; que no está más de tenerla vuestra grandeza como desea, de cuanto yo tarde de verme con vuestro contrario.

No de balde me burlo, sino que bien de veras pago el no tener el corazón de corcho, que si yo no os amara tanto, no me acontecería esto. Pues bien... suframos los dos: yo, el teneros contra vuestra voluntad; vos, en verme, cuando no quisiérais, á vuestro lado.

Toda debió fluir al corazón. Apenas tuve fuerzas para hacer una mueca que quiso y no pudo parecer sonrisa. ¡Hola! ¿Usted por aquí? dijo al verme, levantándose a medias del asiento y extendiéndome la mano. No contaba verle tan pronto, amigo. ¿Cómo lo ha pasado usted? ¿Se conocen ustedes, a lo que veo? preguntó don Oscar con su voz recia y profunda.

Hubo un momento en que, comparándola mentalmente con la garbosa hembra que tenía delante, resultó de esta comparación que la primera no pasaba de muchacha vivarachuela y graciosilla, en tanto que la segunda era mujer formada y en plena madurez de belleza. Vamos, dígamelo usted claro. ¿Ha venido usted a preguntarme por aquélla, o a verme a ?

Pues , naturalmente, desde hace dos días te esperábamos por momentos; es decir que comenzábamos a creer... Había encerrado mi mano en las suyas y trataba de verme la cara. En su actitud había una mezcla particular de cordialidad y de embarazo: parecía que trataba en vano de encontrar en a su antigua amiga, su antigua confidente. ¿Cómo está Marta? pregunté.