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No hay, pues, ni puede haber discrepancia, á no ser superficial, entre la moral y la estética, entre el bien y la hermosura. Lo bueno y lo hermoso coinciden al llegar á cierta altura y se confunden en uno. Y como, á mi ver, la sinceridad es requisito indispensable en toda poesía que merezca tal nombre, esta misma poesía da testimonio fehaciente del valer moral del poeta.

Debe ser curioso ver á un regimiento de esos fanáticos, entregados á consultar sobre el destino de sus vidas. Cuando estábamos al pie de la loma de "La Gloria", y antes de haberse recibido el telegrama del general Monteagudo, el general Mendieta me confesó que aquella posición estaba ocupada por más de 2.000 hombres armados, sin contar los desarmados, que sumaban un crecido número.

Si creerá que esta visita de desagravio va a hacerme olvidar su conducta con nosotros... pero, ¡ya caigo! vienes por el renacuajo, a ver si así, después de este paso, logras meterlo en la casa... ¡pero ya escampa!

Jovial será él, si saturnino, y juntos recibiréis combinado el influjo mirífico de los dos más poderosos planetas. He pensado además que necesito tener con frecuencia noticias tuyas, satisfacer mi curiosidad y ver cómo va saliendo esta experiencia que ahora hago.

Todas las referidas circunstancias, y casi identidad en el nombre, se hallan en dicho Yaguarey ó Yaguarí, segun he hecho ver en mis oficios anteriores; y como el último tratado se formalizó innegablemente bajo de la misma , creencia y palabra que el anterior; esto es, que el Igurey, sea el que fuere, corre al norte del Salto grande, y con las demas circunstancias, no puede dudarse que el Yaguarey es el Igurey de los tratados.

El corazón me latía con loca presteza, pareciéndome tan desmesuradamente ensanchado, que experimenté la sensación de llevar dentro del pecho un objeto mayor que la casa en que estaba. Me tenté la espada, por ver si estaba en mi cintura, y probé si salía con holgura de la vaina.

Sin embargo, un paisano que cruzaba á la sazón se enteró de lo que ocurría en casa del tío Goro y le faltó tiempo para comunicarlo á las vecinas que ya se habían levantado. La noticia circuló como una chispa por el pueblo. Pocos minutos después se amontonaba delante de la casa del tío Goro un grupo bien compacto de mujeres deseando ver á Demetria y saludarla.

Ya habrás visto a tus primas, ¿eh? Chiquillas, ¿qué le decís al primo? ¿Qué me dicen? Me han recibido como a la persona de más cumplimiento.... A ésta le quise dar un abrazo, y ella me alargó la mano muy fina. ¡Qué borregas! ¡Marías Remilgos! A ver cómo abrazáis todas al primo, inmediatamente. La primera que se adelantó a cumplir la orden fue la mayor.

Iba á comenzar la parte más interesante de la fiesta. Los mineros bilbaínos, rojos y sudorosos en su digestión de ogros, fumando como chimeneas y eructando el champagne, ocuparon los mejores sitios desafiando á todos con sus retos. ¡A ver! ¿quién quería apostar? No había que tener miedo por cantidad más ó menos: había cartera de sobra para todos.

Lo único que puede ver, con un relieve y un agrandamiento exagerados, como si estuviese junto á sus ojos, es una mano: una mano que se agarra á su pecho y sube hacia su rostro que nadie golpeó jamás. La indignación le hace salir de su huraño ensimismamiento. ¡A él! ¡Una bofetada al príncipe Lubimoff!...