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Tenía barcos, tenía esclavos, tenía trajes de púrpura y palacios con terrazas que eran jardines; pero lo abandonó todo por ocultarse en el mar, esperando durante siglos y siglos que una ola la arrastrase a la playa para ser recogida por el tío Ventolera y que éste la trajese a mi casa... ¿Por qué me miras así? , pobrecita, no entiendes estas cosas. Margalida le miraba con asombro.

Su caballo era una cabra, y él una ventolera que le arrastraba por lo más inverosímil de lo penoso y atrevido. Para aquel diabólico centauro, todo atajo era andadero, lo mismo por los jarales de las faldas que por los riscos de las cumbres.

Cuando a mediodía quedó solo Febrer, sintióse poseído de un deseo belicoso, de una agresividad que le hizo mirar durante largo rato el trozo de muro del que pendía la escopeta. Al pie del promontorio, en la playa donde estaba varada la barca del tío Ventolera, sonó la voz de éste cantando la misa. Febrer se asomó a la puerta, llevándose las dos manos a la boca en forma de bocina para gritarle.

Y el tío Ventolera reía con su risa de niño al recordar este detalle grotesco de la gran victoria de Riquer. Luego, al ser conducido «el Papa» a la isla, las gentes de la ciudad y los payeses acudidos en tropel lo miraban como un animal raro. ¡

Mientras tanto, los parias, los que nunca llegan, los bohemios de Milán, al quedar solos, se consuelan hablando mal de los compañeros famosos; mienten contratas que nadie les ha ofrecido, fingen una altivez irreductible con empresarios y compositores, para justificar su inacción; y con el filtro garibaldino en el cogote, enfundados en el ruso que casi barre el suelo, ruedan las mesas de Biffi desafiando la fría ventolera que sopla en el crucero de la Galería, hablan y hablan para distraer el hambre que les muerde las entrañas, y despreciando el trabajo vulgar de los que se ganan el pan con las manos, siguen impávidos en su miseria, satisfechos de su calidad de artistas, haciendo cara a la desgracia con una candidez y una fuerza de voluntad que conmueven, iluminados por la Esperanza, que les acompaña hasta el último instante para cerrarles los ojos.

Más allá sólo había ido, según el tío Ventolera, cierto fraile desterrado por el gobierno como agitador carlista, que había construido en la costa de Ibiza la ermita de los Cubells. Era un hombre duro y atrevido continuó el viejo . Dicen que puso una cruz en lo más alto, pero hace tiempo que se la llevaron los malos vientos.

Llegó hasta sus oídos el repiqueteo de una campanilla, el rumor de la gente al arrodillarse o al ponerse de pie, y una voz conocida, la voz del tío Ventolera, lanzando en tono cantable las respuestas de la misa con el estridor de su boca sin dientes. La gente aceptaba sin reírse estas ingerencias de su locura senil.

¡Ay, las hermosas noches del verano con sus veladas que se prolongaban hasta altas horas, viendo temblar las estrellas en el cielo obscuro, más allá del borde negro del porche!... Sentábase Febrer bajo su techumbre con toda la familia y el tío Ventolera, que acudía atraído por la esperanza de algún obsequio.

El marinero, con la ayuda de un muchacho, echaba su barca al agua. La vela, recogida, temblaba en lo alto del mástil. Jaime no aceptó la invitación. «¡Muchas gracias, tío VentoleraEste insistió con su vocecita, que llegaba a través del aire como el vagido lejano de una criatura. La tarde era buena: había cambiado el viento; en las cercanías del Vedrá iban a coger el pescado en abundancia.

El tío Ventolera tiró de su aparejo de pesca con un ronquido de satisfacción. ¡Y van ocho!... Pendiente de un anzuelo, coleaba y movía sus patas una especie de langosta de obscuro gris. Otras semejantes descansaban inertes en una espuerta al lado del viejo. Tío Ventolera, ¿no canta usted la misa? Si usted lo permite...