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Bastaria, sin embargo, para hacer cesar desde luego la triste servidumbre de los indios, en entablar la navegacion de barcas; mas, para que la construccion de estas fuese cómoda y no costosa, seria menester que el Gobierno hiciese venir de Europa hombres inteligentes en el arte, á fin de que, economizando gastos inútiles, pudiesen dirigir á los indígenas en la construccion, en el armamento y en la manera de servirse de tales embarcaciones.

Procuraba distraerme por todos los medios a su alcance y dándose el trabajo de venir todos los días al Zarzal, prolongaba indefinidamente la lección. Estábamos sentados junto a la ventana. Mi tía, enferma desde algún tiempo, permanecía en su cuarto; yo andaba por las nubes y el cura se afanaba en explicarme mis problemas.

3 Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta Profecía, y guardan las cosas que en ella están escritas, porque el tiempo está cerca. 4 Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia sea con vosotros, y paz del que es y que era, y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de su trono;

; pero si cesó de venir á mi cuarto, siguió teniéndome en su casa y sus atenciones, dignas de todo agradecimiento, no se interrumpieron.... Acaso permaneció alejada por delicadeza. ¿Por delicadeza? ¡Ah! Decididamente, no la conoces.

-Pues, ¿éste es el cuento, señor barbero -dijo don Quijote-, que, por venir aquí como de molde, no podía dejar de contarle? ¡Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no vee por tela de cedazo!

Tras ellos la victoria van gozosos Los bárbaros, siguiendo grande trecho: Como corderos mansos temerosos, Los nuestros el huir por gran provecho Juzgaban: mas los indios codiciosos Del interes, curaron muy de hecho A partido venir con los cristianos, Y así se les hinchieron bien las manos.

Este continuo ir y venir acabó por interesar á los comerciantes de la calle y á sus dependientas, muchachas de alto y complicado moño que parecen soñar detrás de los escaparates, esperando un millonario que las saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe LubimoffTodos le conocían, y era tal su fama, que inmediatamente cien ojos buscaron cuál podía ser el objeto de sus paseos.

Un partidario de este temple es una alhaja impagable para toda especie de gobierno mientras haya imprenta; y más si añadimos que cree como en su salvación en los partes de los encuentros y escaramuzas que en los papeles públicos suelen venir consignados, y se extasía de placer cuando se encuentra con aquello de que: «de los enemigos murieron tantos centenares de hombres, y nosotros no hemos tenido más que un contuso y algún sargento desmayado», o cosa semejante.

Era tan infeliz aquel muchacho, que cuando doña Carolina venía a llorarle alguna lástima, por su gusto le entregaría todo el dinero que había en la casa. ¿Para qué necesitamos nosotros tanto? decía a menudo a su esposa. Para nuestro hijo y para los que puedan venir respondía Carlota. Mario le apretaba la cara con entusiasmo.

Pero al fin le había dejado venir a Madrid para asistir al matrimonio de un primo hermano suyo y aquí estaba desde hacía cuatro días. No se habrá usted aburrido mucho, sin embargo, porque me han dicho que por allí hay caza abundante. ¡Oh, Dios mío! ¿Caza? Cuanta se quería y de todas clases, mayor y menor.