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-Está bien -dijo Sancho-, y haced cuenta, hermano, que ya la habéis pintado de los pies a la cabeza. ¿Qué es lo que queréis ahora? Y venid al punto sin rodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.
Tiempo hace que busco un vihuelista, flautista, ó lo que sea, que nos acompañe y pueda tocar de oído, y vos lo tenéis magnífico. Venid con nosotros á Pleyel, que no os ha de pesar, ni os faltarán algunos ducados, buena cerveza y mejor humor mientras sigamos juntos. Sin contar con que jamás hemos tenido cena sin una buena tajada de carne en el plato y vos no seréis menos.
Pero si estáis seguro de que mi sueño no carece de fundamento, respondedme, decidme quien sois, venid a mí y mostraos. A orillas del azul y caudaloso Danubio, en el castillo de Liebestein, os espera
Sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi Casa, Casa de oración será llamada de todos los pueblos. 8 Dice el Señor DIOS, el que junta los echados de Israel, Aun juntaré sobre él sus ayuntados. 9 Todas las bestias del campo, todas las bestias del monte, venid a devorar. 2 Vendrá la paz, descansarán sobre sus camas todos los que andan delante de él.
2 Y vendrán muchos gentiles, y dirán: Venid, y subamos al monte del SE
Venid acá, testarudo y niño: ¿creéis que la reina os hubiese dado como prenda la sortija que os dí? Por deshaceros de mis importunidades. Hizo un movimiento de impaciencia la tapada. ¿Pero cabe en quien tenga razón que su majestad salga de palacio, de noche y sola, y se ampare de cualquiera, y charle con él, y tenga, casi casi, una aventura?
Allí volvimos a preguntar por D. León: tampoco nos dieron noticia, pero un chulo compasivo nos dijo: «Venid conmigo, si queréis; ¿no decís que debe de estar en las barricadas de la calle de Toledo?
No se había atrevido á cortar la palabra á la condesa, y temía que Montiño lo hubiese escuchado todo, á pesar de que doña Catalina había hablado bajo. Salid dijo á Montiño. Montiño salió. Venid conmigo. Y Quevedo asió del brazo al cocinero mayor. Lo siento, don Francisco, pero no puedo; tengo que hacer. Señor Francisco Montiño dijo la madre Ignacia desde detrás del torno.
Venid, que tengo muy sano El corazón, aunque enfermo El cuerpo, y que está brotando Sangre española, de aquellos Descendientes de Pelayo. Señor, no más: vuestra vista, Sin conoceros, da espanto. Loco he estado, ciego anduve. ¡Perdón, señor! Si obligaros Con llanto y con rendimiento Puedo, como á Dios, cruzados Tenéis mis brazos, mi acero A vuestros pies, y mis labios.
La querida de Salabert se acercó a ellos sonriente, saludándoles con efusión, particularmente a Pepe Castro. Este le apretó la mano sin perder de su gravedad ni separar la boquilla de los dientes, lo mismo que a un camarada a quien se acaba de ver en el café. ¿Adónde vais, granujas? Pues a casa de Calderón a pasar un rato. Venid conmigo. Voy a comprar un joyero.
Palabra del Dia
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