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La impaciencia, la cólera que constantemente experimentaba, habían exaltado su cerebro e inflamado su sangre, determinando una fiebre maligna, y en el estado de irritación en que se encontraba, no sabiendo en quién descargar su enojo, eligió a su sobrino como víctima y se vengó en él de la revolución de julio.

Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas; y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo, que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme con ellas un rato...! Y si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo, pues, y tomo, y ¿qué hago?

Ya debe usted suponer á lo que vengo dijo Lázaro sin saludarle: usted me conoce, usted me dió la libertad. Yo creía que desde entonces podía haber entre nosotros la amistad que á me imponía la gratitud; pero usted no ha querido; usted ha seducido y deshonrado á una pobre muchacha, á quien considero yo como mi hermana.

, vengo a libertarte de los suplicios que aquí padeces; pero es preciso que consientas en ello...; ¿no consientes?

Habla. Todo es mejor que la ansiedad, que la duda en que me tienes. Mi mal no será más horrible, mi desventura no será más honda en realidad que lo que me finge ya la fantasía. Habla. ¿Dónde está mi marido? ¿Qué hiciste de él? ¿Por qué no viene en tu compañía? Tu marido no ha ido al lugar. Mal puede venir conmigo. Tu marido no ha salido de Madrid. Aquí está. Aquí vengo a buscarle. Es imposible.

Y animado por tales palabras, me pareció que debía dejar establecidas definitivamente mis relaciones amorosas, y dije: Pues bien, Gloria, no otra cosa vengo a hacer aquí sino a que usted me desengañe si estoy engañado, o a que usted confirme mis esperanzas de ser querido si tienen algún fundamento.

Yo soy aquí forastero; y muy contra mi voluntad he estado recorriendo el mundo, habiendo padecido contratiempos de todo género por mar y tierra. He permanecido en cautiverio entre los salvajes mucho tiempo, y vengo ahora en compañía de este indio para redimirme.

Cada vez que me asomo a los hombres, me echo atrás como si viera un abismo; pero de cada vez que vengo a verte, saco un brío para batallar y un poder de perdón que hacen que nada me parezca difícil para que yo lo acometa.

Has llegado tarde al rosario dijo doña María a D. Diego después que me indicó un asiento. ¿Pero no dije a usted respondió el joven que lo rezaba esta tarde en el Carmen Calzado? De allí vengo ahora, junto con Gabriel, que volvía de confesarse con el padre Pedro Advíncula. ¡Qué excelente sujeto es el padre Pedro Advíncula! me dijo en tono sumamente ponderativo doña María.

Vengo huyendo de ellos. No faltó nada para que me asesinasen. Tocó la vez a Tristán de abrir los ojos desmesuradamente. ¡Asesinarle a usted! ¿Pero cómo...? ¿Qué está usted ahí diciendo? , en mi misma casa abrieron los cuchillos para ... Si no escapo a tiempo allí me degüellan sin remisión. ¿Pero está usted loco, amigo Barragán? ¿De quién habla usted? ¡De esos granujas! De mis hijastros.