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Con estos asaltos, y con la recogida del CRISTIANISMO Y DEL PROGRESO, vive Dios que no dejaré de echar luz. La persona allegada á Lesperut partió, y nosotros seguimos por la calle de Rívoli, á coger la Plaza de Vendome. ¿Cuánto te ha pedido? me pregunta con grande y justa sorpresa mi mujer. Nada, contestó inmediatamente. No me hables sobre el particular.

Esta mañana las cartas de París no eran muchas: una del establecimiento que había vendido en diez plazos el último automóvil de la marquesa, y sólo llevaba cobrados dos de ellos; varias de otros proveedores también de la marquesa establecidos en cercanías de la plaza Vendôme, y de comerciantes más modestos que facilitaban á crédito los artículos necesarios para la manutención y amplio bienestar del matrimonio y su servidumbre.

Una de las mas bellas calles de Paris es la de la Paz, que desemboca en la plaza de Vendóme, donde se levanta la altísima columna de hierro que sustenta á la estatua de Napoleon . Merecen citarse tambien las calles de Richelieu, Vivienne, Saint-Denis, Chaussée-d'Antin, Saint-Martin, Rivoli, Sebastopol, y otras ciento, todas hermosas, rectas, largas, y aun estratégicas.

Encima de la puerta de entrada, se lee una inscripcion latina que dice: «con el bronce del enemigo, levantó el Emperador Napoleon este monumento á la gloria del gran ejército, que, bajo sus órdenes, venció en cinco meses á toda la AlemaniaCon motivo de la columna de Vendome, se cuentan dos anécdotas muy curiosas.

Muchas veces vemos que la flor más brillante, es la que oculta con sus frescos tallos á la serpiente más venenosa. Si su conciencia es como su cintura, casi me atrevo á presagiar que verá el reino de los cielos; aunque se ven frecuentemente cinturas muy estrechas con conciencias muy anchas. =Dia trigésimo cuarto=. La columna de Vendome. El balcon de la fonda. Dicho del general Welington.

El tío Frasquito se quedó pasmado, viéndose otra vez chiquitito, chiquitito como el little man Carlos Statton, que podía bañarse en aquella ponchera, y figurándose a Jacobo alto, alto como el Napoleón de la columna de Vendôme, que mira a los hombres por la coronilla... Un deseo irresistible, tentador, nació entonces en su alma y se detuvo en sus labios tímido y respetuoso.

El antiguo emigrado de Lóndres tenia razon. El elector de bronce, aquella grande historia, lo nombró diputado primero, presidente de la república despues, emperador más tarde. No niego lo que este emperador haya podido hacer; pero creo que el otro emperador, el ELECTOR de la columna de Vendome, ha hecho mucho más. Vamos á la anécdota del general Welington.

Cada vez que las unas exaltaban los méritos de un modisto o un joyero de la calle de la Paz o la plaza Vendôme, las otras murmuraban con una voz blanca y una modestia agresiva: «Nosotras no podemos permitirnos eso; en nuestro país somos muy pobres. Eso ustedes y nadie más». Y miraban al mismo tiempo con maliciosa complacencia sus trajes y sus joyas, de igual valía que los de sus rivales.

Así que salimos á la plaza de la Concordia, divisamos, entre el juego de muchas luces particulares, un surco contínuo de fuego, tirado á cordel; á medida que el coche avanzaba, veiamos escaparse, como apariciones fugitivas, la rica y espaciosa calle de Castiglioni, divisando como un relámpago la enorme columna de Vendome; la plaza y la fachada del palacio Real, iluminadas perfectamente, el anchuroso bulevar de Sebastopol, con sus dos hileras de faroles que se van juntando á medida que la mirada se prolonga, hasta que se pierden en un montecillo de luces trémulas, á una distancia que parece de ocho ó diez millas; el gigantesco torreon negro, con su jardin alrededor, como una azucena sembrada al pié de una roca deforme; el palacio de la Ciudad y su plaza, alumbrada por grandes faroles, la caserna de Napoleon, hasta llegar á la Bastilla, plaza extensa, menos brillante que la de Vendome ó la de las Victorias; pero no menos interesante como teatro histórico.

Los fenómenos puramente internos, es decir, aquellos que nosotros reputamos verdaderamente por tales, tienen mucha dependencia de la voluntad, con relacion á su existencia y tambien á sus modificaciones. Yo reproduzco siempre que quiero en mi imaginacion, una escena en que se me representa la columna de la plaza Vendome de Paris; y la hago desaparecer cuando me gusta.