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Eran dos capitanes muy jóvenes. Toledo les supuso veinticinco ó veintiséis años de edad. Su uniforme muy ceñido al talle, su kepis de última moda, su apostura gallarda, placieron al coronel, que los calificó inmediatamente de militares de carrera. Debían proceder de la Escuela de Saint-Cyr; su ojo de profesional no podía engañarse: eran otra cosa que el humilde Martínez.

Dotado de una excelente memoria local se envanecía sorprendiendo al guarda, al indicarle por adelantado la naturaleza del terreno y la dirección de las capas terrosas. Y a cada momento exclamaba con grandes explosiones de alegría: ¡Todo está igual!... Nada ha cambiado y, sin embargo, hace ya veintiséis años.

Y el hombre, valiéndose ya de la palabra, con organización social, y hasta fundando reinos, imperios y repúblicas, vive, si hemos de creer á sabios profundos, hace veintiséis mil años. Por aquel entonces, afirma Rodier, como si lo hubiera visto, que los arios se disputaron, se dispersaron y se dividieron en indios, iranios y otros pueblos, de quienes proceden las más nobles naciones de Europa.

Tasaron los señores del Consejo Real este libro intitulado: Relación historial de los indios que llaman Chiquitos en la provincia del Paraguay, á seis maravedís cada pliego como más largamente consta de su original, despachado en el oficio de D. Baltasar de San Pedro Acevedo, escribano de Cámara del Rey nuestro señor y del Gobierno de su Consejo, en Madrid á nueve de Septiembre de mil setecientos veintiséis años.

Cuarenta años y alguno más contaba el presidente del Casino, de veinticinco a veintiséis el futuro Marqués y a pesar de esta diferencia en la edad congeniaban, tenían los mismos gustos, las mismas ideas, porque Vegallana procuraba imitar en ideas y gustos a su ídolo.

Luego pensó en la cifra, apreciando al mismo tiempo la edad del capitán. ¡Más de cien, y seguramente no pasaba de veintiséis años!... Tuvo el presentimiento de que iba á habérselas con algún esgrimidor ilustre cuyo nombre glorioso había sido obscurecido momentáneamente por la guerra. Ellos dos hablaron únicamente.

Centenares de esclavos cultivaban sus posesiones; y sus rentas y ganancias eran tres o cuatro veces mayores que las de D. Joaquín, con ser éste uno de los más acaudalados brasileños. Viudo el Sr. Machado, tenía un hijo, llamado Arturo, de veintiséis años de edad y muy lindo mozo. Arturo había estudiado leyes en la Universidad de San Pablo, donde las mujeres son guapísimas.

Delaberge escuchaba con disgusto toda esa letanía de lamentaciones. Compartía muy medianamente el dolor de esa mujer a quien, más que el remordimiento, atormentaba el decir de las gentes. Creía además desproporcionados sus terrores por la falta cometida. Veintiséis años habían pasado por encima de sus pecadillos de la juventud.

Segunda relación verdadera en que á la letra se contiene todo el hecho de la causa que el licenciado don Cándido de Molina y Sotomayor, Alcalde de la justicia de la ciudad de Sevilla, mandó escribir contra don Juan Troncoso, de edad veintiséis años, y don Juan Ruíz, de edad de veintisiete, por monederos y expendedores de plata falsa.

En el puerto de Río Janeiro, después de cuarenta días de parada, desaparecían ya los botes bajo los tubulares que de ellos se habían apoderado; un estrecho inmediato á Australia contaba antes veintiséis islotes, y á la fecha hay ciento cincuenta bien establecidos, anunciando el Almirantazgo inglés que son en mayor número y que dentro de veinte años en toda su longitud de cuarenta leguas será impracticable.