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Tal vez había viajado él muchas veces en estos mismos vehículos, despintados, aviejados por veinte días de actividad intensa, con las planchas abolladas, los hierros torcidos, sonando á desvencijamiento y perforados como cribas.

Muerto el Rey, su matador arrastra el cuerpo hasta la ventana, le ata un peso de plomo que allí tienen preparado y desliza el cadáver por el tubo hasta el agua del foso, que mide allí veinte pies de profundidad.

A los dieciocho años se representó su primera tragedia en un teatro de amigos. Víctor Hugo no tenía más que quince años cuando escribió su tragedia Irtamene. Ganó tres premios seguidos en los juegos florales; a los veinte escribió Bug Jargal, y un año después su novela Han de Islandia, y sus primeras Odas y Baladas.

Pero la que excitaba la admiración y el aplauso de la muchedumbre era la denominada de las viejas ricas, compuesta de veinte ó treinta muchachos disfrazados de viejas con espléndidos trajes de seda, peluca blanca, media negra y zapato de raso, cuyos cantos deliciosos, impregnados de toda la sal de la Bética, pronto iban á dar la vuelta á España.

He residido veinte y siete días en la metrópoli española, aprovechando todos los momentos y todas las relaciones para palpar y comprender los rasgos principales de su fisonomía social; y tengo la pretension de no haber perdido mi tiempo. Seré tan minucioso en los pormenores cuanto lo permitan el interes de los objetos y la paciencia del lector.

Ningún elogio podemos hacer mejor de este Padre que decir lleva encerrado en aquella peña madrepórica veinte años. El que ha estado en Marianas es el único que puede comprender en toda su extensión lo que significa esa existencia de veinte años.

Ir, como se hace, en veinte horas de París al Mediterráneo, atravesando un clima tan diverso cada sesenta minutos, es el colmo de la imprudencia para una persona nerviosa. Llega ésta ebria á Marsella; agitadísima, poseída del vértigo.

Apenas se detenía el catafalco, alzábase una punta de las faldas de terciopelo que ocultaban su interior, y aparecían veinte o treinta hombres sudorosos, purpúreos por la fatiga, medio desnudos, con pañuelos ceñidos a las cabezas y un aire de salvajes fatigados.

Habia cumplido veinte y dos años, sin dar muestras de abrigar genio poético. No lo conoció él mismo hasta que leyó la oda de Malherbe sobre el asesinato de Enrique IV. Y este mismo Lafontaine que tan alto rayó en la poesía, ¿qué hubiera sido como hombre de negocios? Sus inocentadas que tanto daban que reir á sus amigos, no son muy buen indicio de felices disposiciones para este género.

¡Falta allí el retrato del padre Castañeda! ¡Y sobre todo, falta el espíritu! ¡También veinte, treinta años, de hacer lo mismo! Hasta hace muy poco, la biblioteca no era muy copiosa que digamos.