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Los demás cobraron tanto miedo á la muerte, que les amenazaban las viruelas, que el mismo día que aquellos dos murieron, dejaron descuidar á los nuestros y todos se huyeron menos dieciocho adultos y veinte muchachos.

Tomé el tren, aprovechando la facilidad, y en veinte minutos llegué á Reus, encantado con la contemplacion de aquella hermosa campiña. Por todos lados veia asomar á la vuelta de alguna colina, ó desaparecer de pronto como una vista de cosmorama, alguno de esos pueblos, graciosos por su conjunto campestre y sus permenores, que salpican la campaña.

Otra vez me han dejado sin blanca continuó en tono quejumbroso, que formaba un lamentable contraste con su voluminoso cuerpo; ¿no podrías ayudarme siquiera con un centenar de pesos, hasta que me componga algún tanto? Tengo que remitir dinero a casa, a la parienta, y me han ganado eso y veinte veces más.

El capitán se encogió de hombros como si el argumento no le convenciera y añadió con indiferencia: Hace veinte años que no le escribo yo a mi mujer, y probablemente creerá que me he muerto.

Las alas parten más raudas y seguras a hender los espacios cuanto más alta y sólida sea la atalaya de observación desde la cual se lanzan a volar. A la edad de diez y ocho o veinte años la mujer carece de aptitudes analíticas y de observación. El mundo es para ella una maravilla deslumbrante, en cuya presencia el optimismo toma formas de ceguera.

Y esta maldicion horrible que del dolor en la hora Ayela desesperada, de justa venganza ansiosa, pronunció contra el malvado, ignorando su deshonra, ignorando que era madre, cuando lo fué en su memoria, se sublevó turbulenta, sombría, amenazadora; que al maldecir á los hijos de la fiera sanguinosa que asesinó á su familia, maldijo á su sangre propia; y por eso cuando Ataide en su infancia fatigosa, que siempre sobran fatigas donde el dinero no sobra, el bello semblante pálido mostraba, y su linda boca de arcángel no sonreia, la maldicion pavorosa helaba de espanto á Ayela, surgiendo de entre la sombra del imborrable recuerdo de su desdichada historia; y pasaron veinte años de angustias y de congojas para la pobre inocente madre honrada, aunque no esposa, y para el hijo sin padre, del cual fué la herencia sola, con la belleza de Ayela y su sangre generosa, el valor de Aben Jucef y su condicion indómita.

Se había casado tres veces, y otras tantas había enviudado: era el padre de veinte niños, la mayor parte de los cuales había pagado, á diversas edades, el tributo común á la madre tierra.

Las enfermedades crónicas están en el mismo caso, cuando consisten principalmente en lesiones funcionales; y en muchas ocasiones, como en la de los espasmos de los esfínteres, es conveniente aumentar la dósis y recurrir aun á la tintura misma, pudiéndose emplear hasta veinte gotas en veinticuatro horas, usar tambien pomadas compuestas con belladona ó unturas con el estracto de la misma, loco dolenti, pudiéndose obrar del mismo modo en algunos infartos linfáticos.

Constituídos en gobierno, obedecen directamente á los Dattos, los cuales, para su sostenimiento, cobran de todos sus subditos, ya sean ó no moros, una contribución llamada Pagdatto, que consiste en un jabol, un bolo y veinte gantas de palay por cada matrimonio.

3 En cuanto al macho de veinte años hasta sesenta, tu estimación será cincuenta siclos de plata, según el siclo del santuario. 4 Y si fuere hembra, la estimación será treinta siclos. 7 Mas si fuere de sesenta años arriba, por el macho tu estimación será quince siclos, y por la hembra diez siclos.