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Juan veía cerca de él la cara querida, los hermosos ojos soñadores que evocaba tan a menudo y en el silencio de aquel cuarto de enfermo, una profunda turbación lo invadió.

»Pisé, al fin, las playas de Sorrento; veía aquella deliciosa campiña que había pertenecido al duque de Arcos y que nunca había habitado.

¿Qué le importa a usted eso? solía decirme cuando veía que me preocupaba del viento. Gracias a una prodigiosa actividad por la cual no se afectaba su salud y que parecía ser su natural elemento, a todo proveía: a su trabajo y al mío.

Ya lo contestó el joven, pero he querido hacer como todos; veía cada día salir de la nada en un periquete a éste, a aquél, y triunfar con lujo soberbio en todas partes. Si la Bolsa levantaba a tantos, ¿por qué no había yo de subir también?

Hasta yo, á pesar de mis años, habría ido á la cruzada. ¡Los españoles entrando victoriosos en Jerusalén! ¿Qué me dice usted de esto?... Pero el oficial contestó con una sonrisa pálida. «... tal vezSe veía que no le importaban gran cosa la entrada en Jerusalén y el vacío sepulcro de Cristo. Don Marcos, algo ofendido con el héroe, se replegó en su mentalidad de hombre medioeval.

Porque no te veia, una vez maldiciendo, otra llorando, la vista dirigia á la arboleda umbría, sólo de ruiseñores habitada, que, la intensa pradera atravesando, termina en el umbral de tu morada. Ya se iban apagando del ciclo azul los tornasoles rojos... Yo, el rostro contrayendo de rabia y de dolor, cerré los ojos y... ya nunca te aguardo maldiciendo.

En Burdeos se hallaban también los famosos hornos de fundición y las forjas que habían dado á sus aceros universal renombre y con los cuales se forjaban las espadas y lanzas mejor templadas. Desde su galeón veía Roger el humo que despedían las altas chimeneas de las fundiciones y la brisa le llevaba de cuando en cuando el toque de los clarines que resonaba en las murallas de la plaza.

Grandes sauces se inclinaban, llorosos y desconsolados, hacia el agua, que reproducía el blando columpiar de las ramas trémulas, entre las cuales se veía el disco del sol, y sus rayos, concentrados por aquella especie de cámara obscura, herían la pupila como saetas.

Encontrábalos groseros, de mal gusto y ordinarios, por ser cosa de estampa que se veía en todas partes. ¡Cuándo realizaría ella su gran ideal de rodearse de hermosos cuadritos al óleo, de los primeros pintores! Desde principios de marzo del 73, ocupaba Isidora aquella vivienda. Si había sido feliz o desgraciada en su modesta y bonita casa, ella misma nos lo dirá.

Pero llegó al fin, y no tan tarde como iba yo temiéndome a medida que le veía perdiendo fuerzas y tambaleándose por el áspero camino.