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Entre Neluco y yo, suministramos los solicitados pormenores acerca de su enfermedad y de su muerte... y saltó de golpe lo que yo veía venir rato hacía, y me extrañaba que no hubiese saltado antes en la conversación: el punto de continuar yo allí la obra benéfica de mi tío.

Fisgona impenitente, no había castigo que la curase de la pasión de arrimar, ora el ojo, ora el oído, a todas las rendijas y cerraduras de los aposentos; y, a creerla por su palabra, ¡qué cosas veía y escuchaba en aquellos vedados interiores!

Y el talabartero se imaginaba las consecuencias más dramáticas si Carmen persistía en su disparatada idea de presentarse al marido, impidiéndole que torease. Los prenderían a todos. El se veía ya en la cárcel como cómplice de este acto, que en su simpleza consideraba un crimen.

Jamás el rey se enamoró platónicamente de la pastora, ni el rico de la pobre, ni el duque de la costurera. Lo general es que en este linaje de amores vea siempre el amante a su amada como en andas, como sobre un altar, o allá en el cielo, muerta ya, como Dante la veía.

Siempre que entraba en casa contemplaba horrorizado la misma visión; ya atravesada en el umbral de la puerta, ya tendida sobre mi lecho de oro, veía una figura extraña, de coleta negra y túnica amarilla, con un papagayo de papel entre las manos. ¡Era el Mandarín Ti-Chin-Fú! Yo entraba furioso con el puño levantado, pero todo desaparecía como por encanto.

Mi tío, a pesar de mi repentina resolución de disimulo, veía claramente, pero se conducía con prudencia. No podía impedir al señor de Couprat que amara a su hija, ni renunciar al proyecto que tanto él como el comandante acariciaban desde hacía tiempo.

La vida de las plantas, el movimiento de los astros, el sistema del mundo, la historia de los pueblos, de sus emigraciones, lenguas, creencias y leyes, todo era objeto de las preguntas de doña Luz, y a todo se veía obligado a responder el P. Enrique.

El rasgo predominante en el carácter de D. Fadrique no se puede negar que implicaba una mala condición: la falta de respeto. Como veía lo ridículo y lo cómico en todo, resultaba que nada ó casi nada respetaba, sin poderlo remediar. Sus maestros y superiores se lamentaron mucho de esto.

Desde muy antigua fecha prestaban esplendor en la Procesión con su asistencia los gremios todos de la ciudad, presididos por sus alcaldes, agrupados bajo sus banderas ó pendones, luciendo todos sus oficiales las mejores galas y preseas: de algunos de ellos consta que sacaban ingeniosos carros, como se veía por los documentos que extractados transcribimos.

»Adiós, querida hermana. Felicidades. »JuanAl escribir esta carta se veía que Machín habla arrugado el papel y lo había mojado con sus lágrimas. Machín, nuestro enemigo, se convertía en nuestro protector y nuestro pariente. HABLA EL M