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Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir precisamente mañana, 22 del corriente á las 9, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al Cabildo abierto, que con avenencia del Exmo. Señor Virey ha acordado celebrar, debiendo manifestar esta esquela á las tropas que guarnescan las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente.» «SE

Pues voy a avisárselo a Carmen para que se alegre, replicó la anciana... ¡si viera Vd. como ha llorado, hermano cura, temiendo que no viniera! ¡Pobre muchacha! Que no tenga cuidado, Gertrudis, que no tenga cuidado. Aquí hay algo de amor, amigo mío, me atreví a decir al cura.

Quiero y debo, no obstante, decir a Vd., ya que le escribo siempre como si estuviese de rodillas delante de Vd. a los pies del confesionario, una rápida impresión que he sentido dos o tres veces; algo que tal vez sea una alucinación o un delirio, pero que he notado. Ya he dicho a Vd. en otras cartas que los ojos de Pepita, verdes como los de Circe, tienen un mirar tranquilo y honestísimo.

Voy a libertar a Vd. de mi presencia odiosa. Adiós para siempre. Dicho esto, Pepita se levantó de su asiento, y sin volver la cara inundada de lágrimas, fuera de , con precipitados pasos se lanzó hacia la puerta que daba a las habitaciones interiores. D. Luis sintió una invencible ternura, una piedad funesta. Tuvo miedo de que Pepita muriese.

Unas veces viene un mozo de cordel a traerle cartas; otros días baja ella y, ahí arriba, en los soportales de la calle Imperial, enonde está la cubería, se ponen a hablar: él no es mu jovencito; es un cabayero ya formal, ¿entiende Vd.? una joven lo peor. ¿Está Vd. segura? Como de que estos pelos fueron negros repuso, mostrándole el moño encanecido.

Con el carácter de esa niña, considero expuesto a un fracaso todo lo que sea querer precipitar los acontecimientos. Pues es preciso. Reflexione Vd. despacio sobre el asunto, que es de gran importancia para la casa... y para Vd. Además; ese hermano, que tan violentamente se ha portado con Vd....

La voz argentina de Pepita rompió el silencio, y, sacándome de mis meditaciones, dijo: ¡Qué callado y qué triste está Vd., señor D. Luis! Me apesadumbra el pensar que tal vez por culpa mía, en parte al menos, da a Vd. hoy un mal rato su padre trayéndole a estas soledades, y sacándole de otras más apartadas, donde no tendrá Vd. nada que le distraiga de sus oraciones y piadosas lecturas.

Es decir, que hablando clarito, y sin dulcificar las cosas, en nosotras la fortuna puede ser un obstáculo a la felicidad. Ha acertado Vd. mi modo de pensar. Nunca debe el hombre pedir amor a la que puede enriquecerle. ¿Cómo creerá ella en su sinceridad? ¿Cómo adquirirá la certeza de que es ella, ella misma, el objeto de la adoración?

Pero a veces brillaba en su mirada una viva esperanza que Gómez de Aguilar interpretaba en estas palabras: Pero es muy probable que nos encuentren sin llamarlos y sin moverme. Al fin estaban dos de los moros a cuatro pasos del escondite. 65 Otra vez empuñó D. Pedro su puñal y miró a Aliatar. El caudillo seguía inmóvil y sus ojos le dijeron: No dude Vd. de ; no me moveré; no los llamaré.

Vd. reconoce y aplaude en la energía verdaderamente varonil, que debe haber en el afecto y en la mente que anhelan elevarse a Dios.